Tras 15 años, volvió "Kassandra", la obra de Sergio Blanco, esta vez bajo dirección de Roxana Blanco -actriz del montaje original- y con Soledad Frugone encarnando el mítico personaje.
Una mudanza fue el desencadenante para que Soledad Frugone encontrara su vocación. Cuando su familia dejó Jacinto Vera y se trasladó a Paso de la Arena, ella tenía 10 años y su madre decidió anotarla en un taller de teatro para que se adaptara al nuevo barrio. Fue sin ganas quería estudiar música, no actuación, pero salió fascinada por esa instancia mágica que no se parecía a ningún juego que conocía.
Le gustó tanto que se quedó siete años en ese taller y, en paralelo, estudió con Cerminara y Restuccia. "A los 15 me di cuenta de que no podía dejar el teatro, que ya no era un juego", dice a El País. Aun así, barajó otras opciones: veterinaria, literatura e incluso la idea de mudarse a Buenos Aires, donde tenía familia.
Mientras esperaba que ese plan se concretara, se inscribió en la Escuela del Teatro El Galpón porque no podía pasar tres meses sin actuar. Y otra vez, el teatro la atrapó.
"Entré sin saber qué iba a hacer y me morí. Era un paraíso: estaban César Campodónico, Nelly Goitiño, Berto Fontana. El primer día dije: 'es esto'", recuerda.
Frugone proviene de un hogar muy humilde, y fue esa época sin recursos y el haber pasado hambre lo que le permitió conectar de inmediato con Kassandra, el unipersonal en el que interpreta a una migrante que habla una lengua que no le es propia y que se siente mujer en el cuerpo de un hombre.
No tuvo que investigar lo que implica trabajar de lo que sea para conseguir lo básico, ni lo que significa la discriminación o la falta de oportunidades: "Sé lo que es pasar hambre. Lo tengo en el cuerpo", confiesa.
Kassandra, el texto que Sergio Blanco escribió hace 15 años para su hermana Roxana, retoma el mito para dar voz a los invisibilizados. No ha perdido vigencia y eso, dice Frugone, le duele; pero también le permite comprometerse con distintas causas desde el escenario.
Dudó en aceptar el desafío porque su colega había dejado la vara muy alta, pero el autor con quien ya había trabajado en Tierra la convenció al sumar a Roxana Blanco como directora. La obra va de jueves a domingos en Dehiok Bar (25 de mayo 699) hasta el 7 de diciembre, con entradas por Redtickets.
Por estos días recibió dos nominaciones a los Premios Podestá otorgados por el Colectivo de Críticos Independientes del Teatro Uruguayo: actuación en unipersonal por Kassandra y mejor actriz por La reina de la belleza de Leenane.
A continuación, una charla con Frugone sobre este mito reescrito, sus tragedias contemporáneas y las marcas que deja.
Has dicho que si te falta el teatro no sabés qué hacer. ¿Es donde te sentís más feliz? Sí. Y además es un espacio de militancia: en vez de ir a un comité, encontré este lugar que junta pasión y compromiso.
¿Te dejan huella los personajes? Sí. Para comprender qué les pasa no te quedás solo con tu vida, sino que ves mil maneras de vivir. Eso me modifica: aprendo a ser más paciente y más solidaria.
¿Te está pasando con Kassandra? Sí, me conmueve por todos lados: la guerra, la migración, no poder comunicarte, la discriminación, la soledad, la violencia, sentirse en otro cuerpo. Visualizar todo eso hace que, cuando mirás al costado, seas más empática.
Te dirige Roxana Blanco, que lo estrenó hace 15 años. Es un traspaso de mando: ¿qué sentiste al ser convocada? Cuando Sergio me lo propuso, mi primera respuesta fue que no. La había leído por suerte no había visto la original, porque me hubiera condicionado y me fascinó, pero dije, 'todo el mundo habló de esa puesta, marcó un hito'. Él insistió y me dijo: "¿Y si te dirige la Blanco?". Ahí sí, porque es una continuidad. No era yo haciendo una nueva Kassandra, íbamos a ser las dos. Camino sobre sus huellas, y recibir su conocimiento es ir un paso adelante.
Roxana Blanco visitó whiskerías durante el proceso. ¿Qué hiciste vos? Nada de eso. Vengo de un barrio y una familia muy pobre; conviví con personas en situaciones muy parecidas a las de Kassandra. Lo tengo en el cuerpo. Sé lo que es pasar hambre, que tus viejos agarren cualquier trabajo para llegar a un jornal. Eso me llega enseguida. Ella dice: "Necesito plata para comer, dormir, fumar". Cosas básicas. No tuve que investigar cómo era, porque lo conozco no la prostitución, que nunca ejercí, sino esa falta de oportunidades que trae la pobreza.
¿Te complicó hacerla en inglés rústico? Me complicó desaprender el inglés. Soy obsesiva con la pronunciación. En la primera lectura me miraban asombradas porque la hice como una inglesa, y es todo lo contrario.
La obra tiene 15 años y no perdió vigencia: el machismo, la violencia. ¿Duele verlo así? Sí. Kassandra ve el futuro pero nadie le cree. Que no nos crean es algo con lo que nacemos las mujeres. A Casandra la toma Agamenón al terminar la guerra y se la lleva para ser su esclava sexual. Seguimos siendo violentadas. Eso me duele. Y, por supuesto, también la guerra y el horror del genocidio.
Ponés cuerpo y alma en un texto desgarrador. ¿Cómo terminás las funciones? Termino muy conmovida. Hay una emoción que me toma y tengo que trabajar para contenerla. Por suerte, en el teatro baja el telón o llega el aplauso y ahí se corta; si no, me iría a mi casa destruida, llorando a gritos. Vivo mucho este personaje. Pongo el cuerpo y quedo herida. Pero también siento que cada función me hace ser una mejor persona.