La conjura de los chorizos
En el ambiente carnavalero se critica a una empresa de productos alimenticios que manifiesta su intención de revisar su continuidad como espónsor.
Sería esta una buena uruguayización del título de aquella inquietante novela de John Kennedy Toole, La conjura de los necios (1980).
Hoy en el ambiente carnavalero se critica a una empresa de productos alimenticios, tradicional patrocinadora de sus agrupaciones, que manifiesta su intención de "revisar su continuidad como espónsor" si los conjuntos incluyen referencias al conflicto de Medio Oriente.
Algunas de las agrupaciones respondieron con denuncias de "apriete", "gesto autoritario", "cerco ideológico", "mordaza" y "tono fascista". Hay gente que va aún más allá: reclama un boicot a la empresa en cuestión, un llamado a abstenerse de comprar sus productos, como si esta hubiera incumplido una obligación con la sociedad, cuando el patrocinio de espectáculos es una decisión voluntaria.
Desde mi experiencia como artista y gestor cultural creo tener algo para sugerir a los colegas carnavaleros: en más de 50 años de vida teatral puedo contar con los dedos de una sola mano los auspiciantes que apoyaron económicamente mis espectáculos, y no sentí esa ausencia como un límite a mi libertad de expresión artística. Les cuento que cuando monté el legendario Don Juan de Molière con el Teatro Circular (1990) -uno de los textos más insultantemente ateos que existen- no se me ocurrió ir a pedirle plata a la iglesia católica. Que una empresa que los financia desde hace años ahora decida que no lo hará, por discrepar con los contenidos artísticos, no impide a sus autores seguir adelante con su proyecto. Y menos aún en un ámbito como el del carnaval, el espectáculo popular que atrae más público en este país, superior incluso al fútbol. Una movida que percibe importantes ingresos de taquilla y atrae a grandes anunciantes, quienes lo ven como una eficaz vidriera para sus productos.
A los que agiten banderas palestinas y omitan juiciosamente la masacre del 7 de octubre, no les será difícil conseguir algún espónsor enojado con la colectividad judía. Si me dan un poco de tiempo, hasta les podría hacer una lista.
Respeto al carnaval uruguayo. Es una expresión cultural que, como cualquier otra, tiene luces y sombras, pero es indudable que posee un inmenso arraigo popular y da trabajo a un gran número de artistas compatriotas.
Lo que no está bueno es bastardear el concepto de censura.
Censura hacía nuestra pasada dictadura, cuando obligaba a carnavaleros, rockeros y teatristas a presentar sus letras y libretos en la comisaría para someterlas a aprobación o rechazo previos. De esa época nefasta hay recuerdos trágicos y también alguno cómico, como la anécdota que le escuché una vez a Roberto Musso: su Cuarteto de Nos tenía un tema titulado Soy una arveja y la dictadura se lo prohibió porque supuso que el color de esa legumbre era una referencia burlona al de los uniformes militares.
Censura ejercieron los peores tiranos, tanto de izquierda como de derecha: Hitler, Stalin, Mussolini, Mao, Franco, Videla, Fidel, Pinochet, Maduro.
Un espónsor, en cambio, tiene todo el derecho del mundo a no poner su dinero donde no quiere. Y eso no es presión de ningún tipo. Al revés, si ese vehículo publicitario que rechazó resulta exitoso, desde el punto de vista del marketing, su decisión lo perjudica. Del mismo modo, un logro artístico no depende -no debería depender- de la inyección de plata que reciba del sector empresarial. A mí siempre me pareció mucho más destacable la Antimurga BCG de Jorge Esmoris, con su producción austera pero creatividad desbordante, que todos los oropeles de quienes buscan el aplauso facilongo con letras demagógicas y simplistas.
En una palabra, colegas: siéntanse libres de cantar lo que quieran sobre el conflicto de Medio Oriente. Pero no se enojen si no les pagan la fiesta los padres y abuelos de los chiquilines que tuvieron que escaparse por una puerta trasera de la Escuela Integral, para no enfrentar la horda antisemita que llegó a escracharlos. No eran Netanyahu ni soldados de la FDI: eran niños uruguayos. (Debería darles vergüenza, ir a patotear chiquilines por su sola condición de judíos).
Procurando el aplauso fácil de una parte de la izquierda -minoritaria pero ruidosa-, habrá grupos de carnaval que seguirán acercando el fósforo al bidón de nafta del antisemitismo.
Tampoco me rinde que justifiquemos la actitud de la empresa anunciante en que sus dueños pertenecen a dicha colectividad. Yo no, y si estuviera en mis manos el mismo dilema, tomaría la misma decisión. Me duelen los muertos civiles musulmanes de Gaza, como me duelen los muertos civiles cristianos de Sudán, Somalía y Siria, como me duelen las víctimas judías del 7 de octubre. Como me dolió la muerte de David Fremd, a manos de un terrorista estúpidamente declarado inimputable.
Sería bueno que más artistas bajáramos la pelota al piso y evitáramos ser usados por intereses muy poderosos y mortalmente enemigos de la democracia y la libertad.
Está bien que haya empresas que lo estén haciendo.