En "El terror de parir un niño muerto", que va en El Galpón, Estefanía Acosta hace tres personajes y enfrenta culpas, miedos y tabúes de la maternidad en una obra que combina crudeza y humor negro.
Tenía apenas cinco años cuando pidió que la llevaran a aprender teatro. Estefanía Acosta no andaba con vueltas. A los 11, llegó con otro planteo: quería hacer terapia. Sus padres, ambos psiquiatras, no se sorprendieron: analizarse era parte de la vida cotidiana. Nació con el deseo de actuar y siempre supo que le gustaba escuchar y ayudar a los demás. Así que combinó sus vocaciones y se recibió de psicóloga y actriz en paralelo.
En un primer encuentro, nadie imaginaría que tiene fobia a hablar en público y que necesita tomarse un ansiolítico para las notas de radio o televisión. "Siento que tengo que decir algo importante y me salen pavadas", confiesa a El País. Sin embargo, esa vergüenza se desvanece sobre las tablas. "El escenario me llena de felicidad. Contar una historia y hablar a través de otro me da una sensación de superpoder", describe.
Analiza en exceso los comportamientos de los personajes y algunos directores le han dicho que se lance sin cuestionar tanto. Siempre pone algo de ella en los roles que interpreta e incluso ha tomado características de sus pacientes.
En El terror de parir un niño muerto encarna a tres mujeres atravesadas por la maternidad. La obra de Carla Zúñiga aborda la pérdida de un hijo, la depresión postparto, la violencia obstétrica, la culpa y los miedos desde un humor negro que permite procesar y digerir temas oscuros sin trivializar.
"Estuve más atravesada por mi faceta de madre y mujer. Fue más personal que profesional", confiesa sobre este último reto actoral donde hace tres papeles distintos.
La obra se presenta sábados y domingos en El Galpón hasta el 7 de diciembre, y retomará funciones en febrero. Entradas por RedTickets.
Una vocación que nació con ella
Cuando a Estefanía Acosta le preguntan por qué es actriz, no sabe qué responder. "Nací con esa pasión. No sé cómo sería sin mi ser artista", resume.
Empezó con un taller de expresión corporal a los cinco años, luego estudió actuación con Gabriel Macció y Alicia Rebollo, y a los 16 ingresó a la Escuela del Actor. No es casual que haya hecho la carrera en El Galpón: su abuelo, el escritor Alfredo Gravina, fue uno de los fundadores.
Tiene vívido el recuerdo de las obras que hacía con su hermana y de las veces que obligaba a actuar a los hijos de los amigos de sus padres.
Desde niña también quiso ser psicóloga. A los 11 empezó con ataques de pánico y pidió terapia. "Forma parte de mi identidad analizar el comportamiento humano", señala.
Esa mirada atraviesa sus dos profesiones que se entrelazan con facilidad: "En el consultorio dejo de ser yo y soy un poco los otros; acompaño a los pacientes", explica. Y recuerda que, recién recibida, se disfrazaba para atender: "Tenía 25 años y parecía de 15. Me ponía lentes que no usaba y un trajecito para parecer más profesional".
El teatro es su debilidad, pero el cine también le interesa. Si bien hizo pocos castings por miedo al ridículo, en el último le fue muy bien y rodó una película con Mauro Sarser y Marcela Mata que se estrenará en 2026. "Filmé tres semanas en Pueblo Edén y fue maravilloso", afirma sobre este film que no tiene título definido.
Del control a la entrega
Con el tiempo, dejó atrás su faceta más controladora. "Ya no tengo miedo al ridículo, casi no tengo prejuicios", dice. "Hoy soy más el personaje. Con Barrabás, historia de un perro, la línea entre ficción y realidad estuvo bastante difusa", comenta sobre la obra que protagonizó con Lucio Hernández.
En El terror de parir un niño muerto conectó con la culpa que persiste en la maternidad: "Por no disfrutar el embarazo, por no estar siempre feliz o por no extrañar a mis hijos cuando me fui a una gira de teatro y me sentí mejor que nunca", enumera.
Y también con los miedos: al embarazo, al parto, a perder un hijo: "No hay cómo no conectar con esto, incluso no siendo madre, porque sos hija", señala.
Zúñiga apela al humor negro para relatar estas crudas historias. "Es la única forma de poner sobre la mesa temas tan terroríficos y que no se reciba como ridiculización. Logra reírse de lo que nos atraviesa e interpela como mujeres y madres", apunta.
Acosta reconoce que temían la reacción del público y hasta debatieron el título de la obra, pero la respuesta los sorprendió: "Teníamos miedo de que no viniera la gente y están viniendo", dice.
No imaginaron que iba a provocar tanta risa y, sin embargo, funciona. "La obra me gusta más desde que se encontró con el público y el público nos dice: 'compro'. No hay como la magia que se da en esa comunión, es impagable", concluye.