Mucho más que Venezuela
Ricardo Villaveces P
Ricardo Villaveces P.
Son muchas las preguntas que el mundo se hace alrededor del despliegue militar norteamericano en el Caribe y sobre las consecuencias que puede tener en Venezuela y en la región. Es difícil predecir el resultado y ojalá no sea traumático por las repercusiones que puede tener esto sobre Colombia. Con un presidente como Trump se puede pensar que es otra de sus bravuconadas y que esto puede terminar en un gran fiasco. Si al asunto se le pone un poco de perspectiva las conclusiones pueden ser diferentes. La historia de Estados Unidos está marcada por la guerra. Desde su independencia, el país construyó buena parte de su identidad a través del uso, la amenaza o la preparación del poder militar. Las guerras del siglo XIX permitieron su expansión territorial; en las dos Guerras Mundiales consolidó su rol de gran potencia global. Luego, durante la Guerra Fría, con el argumento de contener al comunismo, terminó involucrado en Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, etc. y más que episodios aislados, su participación bélica se volvió una constante de su política exterior. Trump, desde su primer mandato, ha defendido la idea de evitar "nuevas guerras inútiles" y ha criticado el gasto excesivo en conflictos que no beneficien directamente a Estados Unidos. Simultáneamente ha expresado su admiración por el presidente McKinley, símbolo del imperialismo norteamericano. Su actitud expansionista ha sido evidente y basta solo recordar los casos del Golfo de México, Canadá, Panamá y Groenlandia. Renombrar el Departamento de Defensa como Departamento de Guerra deja ver su interpretación de que la fuerza militar no se justifica como defensa global de valores democráticos, sino como instrumento explícito de interés nacional y herramienta para lograr beneficios para ese país. La iniciativa Southern Spear ilustra esta nueva lógica. Bajo el argumento del combate al narcotráfico, la amenaza migratoria y el riesgo de inestabilidad en el Caribe, Washington ha impulsado un despliegue militar sin precedentes en la región. No se trata de una ocupación ni de replicar modelos como Irak o Afganistán, sino de proyectar capacidad militar de manera preventiva, flexible y focalizada. En vez de largas guerras con bases permanentes, se apuesta por operaciones de alta tecnología, alianzas condicionadas y acciones de disuasión rápida. EE. UU. dice querer menos guerras, pero se prepara para un mundo en el que la fuerza vuelve a ser decisiva, especialmente frente a China y Rusia y que mejor que recordarle al mundo que esta región es su "patio trasero" y que las reglas de juego serán las que ellos determinen. Hoy la guerra ya no es solo combate prolongado, sino influencia, despliegue estratégico y dominio militar expresado como advertencia. El poder armado estadounidense no se retira: cambia de forma y lo que viene ocurriendo en el Caribe tiene consecuencias mucho más profundas que solo el caso de Venezuela.
Consultor privado.