Cambios
Hay personas a quienes les cuestan los cambios
Hay personas a quienes les cuestan los cambios. Seres a los que la rutina les resulta agradable, y aun sostienen sobre ella un anhelo muy profundo, el de lo predecible: hiperbólicamente, saber que mañana volverá a amanecer constituye para muchos una defensa contra el horror.
Pero en cierto modo todos descansamos en lo pronosticable. ¿O acaso nunca se ha sorprendido encendiendo la luz de alguna habitación en pleno corte nocturno? ¿O abriendo el grifo del agua mientras la empresa sanitaria realiza reparaciones en las alcantarillas de la cuadra? Así de acostumbrados estamos a y de muchas cosas (¿no es una pequeña tragedia cuando, cierta mañana, vemos que se ha acabado el té o los huevos?).
Sin embargo, naturalmente que hay cambios que se anhelan en lo profundo: situaciones que se soportan durante mucho tiempo y que lo único que se desea es que tuerzan su curso o naturaleza de una vez por todas. Allí, mientras se soporta lo insoportable, el cambio -siempre que sea posible y hasta que no sucede- es motor de esperanza.
Desde luego hay cambios que dependen de otros. O de las circunstancias. O de la historia o la Providencia. Tal vez y hasta del acaso. Pero hay muchos cambios que dependen de uno mismo, si se está firmemente dispuesto a llevarlos a cabo. Lo curioso es que no pocas veces estos son los que más cuestan, los que más tardan, los que son más rehuidos. ¿Por qué? Es una buena pregunta y que supongo no tiene una única respuesta.