Sábado, 10 de Mayo de 2025

Club Aéreo de Santiago: "No nos vamos a mover del Aeródromo de Tobalaba"

ChileEl Mercurio, Chile 19 de agosto de 2018

Más de dos mil pilotos civiles se han formado al alero de la entidad. Hoy buscan atraer a las nuevas generaciones y seguir desempeñando sus actividades en la estratégica ubicación en el sector oriente de la capital.

Empresarios como Felipe, Hernán y Juan Pablo Briones Goich; León y José Avayú; Carlos Cardoen, Aurelio Montes Baseden, Juan Ariztía Matte, Ramiro Urenda, Alejandro y Andrés Ergas; Óscar Lería, Martín Borda, Marcel Ducasse y Félix Bacigalupo, entre otros, tienen algo en común: la pasión por la aeronáutica.
Sin importar el tamaño del avión o las especificaciones técnicas, todos aprendieron a volar, sacaron su licencia de piloto civil y han surcado los aires de Chile y el extranjero al mando de una aeronave.
Ellos, junto con otras 520 personas -de las cuales 26 son mujeres-, son actualmente socios del Club Aéreo de Santiago (CAS), corporación de derecho privado y sin fines de lucro, que este año celebra 90 años de existencia.
Por la escuela de pilotos del Club han pasado más de dos mil alumnos y se han impartido 80 mil horas de instrucción. Son 43 instructores civiles que trabajan ad honorem , los que enseñan a volar en 34 unidades propiedad del CAS -equivalentes a una inversión de US$ 3,5 millones-, que también pueden ser utilizados por los socios que no tienen aviones. La mitad de ellos cae en esta categoría.
"Todos compartimos el amor por la aviación", explica el presidente del CAS, Hans Gesche. El ingeniero civil de profesión es la tercera vez que asume el cargo de autoridad máxima del Club, y es también un experimentado piloto. El dirigente señala que uno de los grandes desafíos que tiene hoy es atraer a las nuevas generaciones y que descubran la maravilla de volar. "Es un mito que esta es una actividad de millonarios. Hay otros clubes deportivos que cobran cuotas mucho más caras que nosotros", asegura.
La entidad fue fundada en 1928 en la Base Aérea El Bosque y dos años después se trasladó hasta el Aeropuerto Los Cerrillos. Desde 1954 el Club Aéreo Santiago opera en el Aeródromo de Tobalaba, en la comuna de La Reina, colindante con Peñalolén, con una pista de aterrizaje de 1.135 metros, en la zona oriente de la capital. "Este lugar era un peladero y no había nada en kilómetros a la redonda", precisa Gesche. El objetivo ha sido siempre el mismo a lo largo de su trayectoria: formar pilotos y fomentar la aviación civil.
Dos tercios de la propiedad del terreno de 52 hectáreas son del Club y un tercio, de personal de Carabineros. "Siempre nos hemos entendido muy bien y cada organización tiene su propias dependencias e instalaciones", aclara Gesche.
Con quienes sí han tenido diferencias de opinión ha sido con algunos vecinos, quienes han manifestado su desaprobación respecto a las actividades que se realizan en el Aeródromo de Tobalaba debido a accidentes que han costado la vida de personas ajenas a la actividad. Hans Gesche aclara que ellos han realizado múltiples esfuerzos para minimizar el impacto en las comunidades aledañas.
"En la década de los ochenta la cantidad de operaciones anuales del recinto era 97 mil, en circunstancias de que en el Aeropuerto Arturo Merino Benítez la cifra llegaba a las 70 mil", dice la máxima autoridad de la institución, y añade: "Actualmente son 50 mil operaciones al año y el acuerdo es llegar a 35 mil en 2021, pero primero tiene que entrar en funcionamiento el Aeródromo de Peldehue, en Colina. Ahí nos desharemos de todo el tráfico que tuvimos que recibir tras el cierre de Cerrillos, en 2005".
"Estamos subsidiando a la aviación chilena"
A la hora de referirse a las tragedias que han enlutado la historia del aeródromo, el ingeniero sostiene: "Los accidentes aeronáuticos son muy noticiosos. Es innegable que hay más riesgos al vivir cerca de este lugar. Por eso en 2010 suspendimos los vuelos nocturnos y las acrobacias. En los 48 años que llevo ligado al Club ha habido cinco accidentes aéreos, uno cada 10 años". En cuanto al atractivo suelo donde desarrollan sus actividades, Gesche reconoce que ha existido interés por parte de inmobiliarias sobre el terreno, pero advierte que el Plan Regulador lo definió como área verde y no se puede edificar.
"Tobalaba es un aeródromo privado de uso público. Esto implica que cualquier persona puede aterrizar gratis aquí. Tenemos que conseguir los recursos para mantener la pista en buen estado, sin ayuda de ningún tipo, por lo tanto estamos subsidiando a la aviación chilena", reclama el dirigente al tiempo que enfatiza: "No nos vamos a mover de Tobalaba. Vamos a seguir aquí por los próximos 90 años. Es un lugar estratégico en el sector oriente. Somos los primeros en salir volando con ayuda en caso de catástrofes".
Si una persona quiere aprender a volar en el Club, tiene que hacerse socio, pagando una cuota de incorporación de 250 UF, unos $6,8 millones, y luego completar 40 horas de vuelo requeridas para sacar la licencia. "Cada hora vale $84 mil y la mitad se va en combustible. Son unos $12 millones de inversión para conducir aviones de hasta 5.700 kilos", detalla el ingeniero. Para mantener la licencia de piloto civil -que la entrega la DGAC-, es necesario aterrizar tres veces en un período de tres meses y hacerse chequeos médicos cada uno o dos años, dependiendo de la edad.
"Actualmente son 50 mil operaciones al año y el acuerdo es llegar a 35 mil en 2021, pero primero tiene que entrar en funcionamiento el Aeródromo de Peldehue, en Colina. Ahí nos desharemos de todo el tráfico que tuvimos que recibir tras el cierre de Cerrillos, en 2005".
Hans Gesche
Presidente del CAS Aurelio Montes Baseden, de Viña Montes, tiene un helicóptero Robinson 44Siempre tuvo la fascinación por volar. Apenas los medios se lo permitieron, se inscribió en el Club Aéreo de Melipilla en un curso para aprender, y sacó su licencia de piloto civil en 1978. Diez años más tarde se unió al Club Aéreo de Santiago, membresía que mantiene hasta el día de hoy. "Es el mejor club aéreo de Chile. Volé veinte años con los aviones de ellos, tuve una gran relación con los instructores y he guardado mi avión y helicóptero siempre ahí", precisa.
Montes Baseden es un piloto con amplia trayectoria. En avión ha volado 1.600 horas y en helicóptero alcanza las 500.
Su primer avión fue un Cessna 182 TC, con capacidad para cuatro pasajeros, y lo compró en Estados Unidos, en sociedad con Martín Huneeus. "Tiene mucha potencia, se puede volar a 20 mil pies de altura, lo usé mucho para visitar la Viña Kaiken, en Argentina", precisa Montes.
El año 2010 se decidió a hacer el curso por instrumentos en Oakland, California, y sacó su nueva licencia en Estados Unidos. Confiesa que no fue fácil pilotar un avión con máscaras que solo permiten observar el panel de control. "Volé 30 horas sin poder mirar por la ventana, y a la hora 35 el instructor me descubrió la visión y me encontré sobrevolando la bahía de San Francisco con una vista maravillosa que me emociona hasta el día de hoy", comenta.
No fue hasta que lo invitaron al festival aéreo de Oshkosh (Estados Unidos), el mayor a nivel mundial, el 2016, cuando descubrió los helicópteros y quedó fascinado.
Vendió su avión Cessna y se compró un helicóptero Robinson 44, cuatro plazas, por US$ 500 mil. Se demoró 30 horas en aprender a volar su nueva adquisición y -asegura- no se bajó nunca más de ella. "Vuelo mucho solo. Y para mi actividad agrícola es una gran herramienta, porque me permite ver los campos desde el aire y ver si están en buenas condiciones de riego, por ejemplo", cuenta.
El socio y presidente de la Viña Montes explica que manejar un helicóptero requiere mayor concentración que un avión. "Cada extremidad tiene un mando y después de dos horas al volante, se hace cansador. Sin embargo, las emergencias son mucho más seguras que en un avión y puedes aterrizar prácticamente en cualquier parte", concluye.
León Avayú Beresi: uno de los pioneros en la aviación civil"Ya no vuelo, pero fue mi mayor pasatiempo, el que más satisfacciones me dio", cuenta León Avayú Beresi, presidente de Empresas Indumotora. Hoy, a sus 85 años, aclara que ya no pilotea, pero que tuvo licencia de piloto civil vigente durante 55 años.
Como vivía en la Quinta Región, hizo el curso de piloto en la entonces Base Aeronaval El Belloto, en Quilpué, tras retirarse de la Armada, en 1957. Ahí, aprendió a volar en un Piper Cup monomotor, siguiendo los pasos de su hermano José.
Una década más tarde hizo el curso para volar por instrumentos en el aeródromo de Tobalaba. A su haber cuenta con 5.500 horas de vuelo, tres viajes a Norteamérica y múltiples travesías a Argentina y dentro de Chile.
"En un vuelo a Estados Unidos sufrí grandes turbulencias debido a tormentas tropicales. En esa época los radares no eran tan precisos como los de ahora", recuerda. "Otra vez experimentamos una falla de motor en un viaje sobrevolando territorio peruano. Bajamos bruscamente desde 11 mil a cuatro mil pies de altura. Afortunadamente logramos llegar a Arica, aunque en condiciones muy precarias".
Cuando se trasladó a vivir a la capital, se unió al Club Aéreo de Santiago, entidad que el 2006 le entregó la distinción de socio emérito vitalicio. Su primer avión fue un Beechcraft Bonanza, que recuerda con especial cariño, y tras esa adquisición vinieron otros monomotores y bimotores.
Actualmente tiene dos aviones -un Piper Cheyenne y un Beechcraft Super King 200- y un helicóptero de fabricación alemana Bölkow Bimotor.
"Llegué tarde a los helicópteros y nunca saqué la licencia, pero son muy entretenidos y los uso mucho para ir a Cachagua y a Panguipulli", explica. En el sur del país tiene su pista de aterrizaje, que comparte con sus vecinos Luksic y Von Appen.
"Mi pasión por la aviación es un gusto adquirido. Dediqué mi vida a la aviación y mi compromiso fue total", sentencia Avayú.
Carlos Cardoen tiene más de 5.500 horas de vuelo en el cuerpo pilotando aeronaves"Mi hermano Aquiles fue quien me metió el bichito por los aviones, y Hernán Briones por los helicópteros", reconoce el empresario Carlos Cardoen Cornejo. Desde 1970, hace 48 años, es poseedor de su licencia de piloto civil, y cuenta que se desplaza mayoritariamente por aire. "Me pone muy nervioso andar en auto, estás a merced del resto de los conductores, en cambio volando controlas mucho más la situación", comenta el también socio emérito del Club Aéreo de Santiago.
El curso de piloto lo hizo en un Piper 140 y su primer avión fue un Moony, un avión a pistón de un solo motor, con tren retráctil, sencillo, pero muy rápido, dice. Con el tiempo, el empresario de la zona de Colchagua fue cambiando de modelo, hasta llegar a tener el primer jet privado en el país, en la década de los ochenta.
"Tuve un Sabreliner 40 y después un Sabreliner 65. Me cruzaba el Atlántico, iba a Europa y a lugares como Irak. Yo era uno de los tres pilotos de la aeronave y la manejaba mucho", señala el empresario que se ha desarrollado en los rubros metalúrgico, químico, agroindustrial y turístico.
Su primer helicóptero lo compró en 1980, tras hacer el respectivo curso, y fue un JetRanger -"el de la famosa serie de la televisión en los 80, ??Lobo del Aire??", explica- con capacidad para cinco personas.
Hoy tiene en su poder un helicóptero Bell L4 Long Ranger, que lo guarda en el Club Aéreo de Vitacura, y un avión Beechcraft King Air F90, en el Club Aéreo de Santiago. Ambos los utiliza en forma permanente para ir desde su casa en Santa Cruz a Santiago o a su propiedad en Chiloé. "Son dos animales muy diferentes", precisa, y agrega que "la reglamentación es la misma, pero las habilidades de vuelo son completamente diferentes. El helicóptero es más sensación, es más entretenido volar a alturas menores", destaca.
Entre aviones y helicópteros, Cardoen acumula 5.500 horas de vuelo en el cuerpo, y con toda esa experiencia confiesa que ha pasado sustos importantes en el aire: "Se me paró un motor una vez que iba en ruta a San Pedro de Atacama y volé con el otro motor. Cada vez que vuelo estoy mentalmente preparado para una emergencia y siempre tengo claro dónde podría aterrizar", relata
De sus hijos, Carlos, Andrés, Rodrigo y Diego son también pilotos, y Álvaro, el menor, está aprendiendo a volar helicópteros.
"Yo uso ambos medios de transporte para ganar vida. No pierdo tiempo en traslados, la eficiencia es fabulosa", concluye el empresario.
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