Hace 240 años, el 4 de noviembre de 1780, un cacique cusqueño se levantó contra el sistema colonial. La gesta de Túpac Amaru II vista a la luz del bicentenario.
Por jorge paredes laos
La pregunta la han planteado diversos historiadores contemporáneos: ¿cuándo empezaron realmente las guerras de independencia en esta parte de América del Sur? No existe un consenso, pero sí hay un hecho incontrastable sucedido a fines del siglo XVIII que es visto como un hito en ese período de larga duración que significó la liberación del dominio español: la gran rebelión del cacique José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II.
La gesta se inició un 4 de noviembre de 1780, en las alturas cusqueñas. Ese día, el cacique asistió a un almuerzo en la casa del párroco de Yanaoca, Carlos Rodríguez. Ahí se encontraba el poderoso corregidor Antonio de Arriaga. Ambos se conocían de tiempo. Parecía una reunión de rutina entre el jefe étnico interino de la zona y el recaudador de impuestos español, pero esa tarde sería distinta. Túpac Amaru le tendió una celada. Cuando Arriaga regresaba a su casa, en Tinta, lo interceptó en el camino y lo tomó prisionero.
Durante seis días, Arriaga estuvo encerrado en el sótano de la casa de Túpac Amaru y Micaela Bastidas, en Tungasuca. Fue obligado a firmar cartas y documentos para obtener dinero, y con las llaves del propio corregidor, Túpac Amaru viajó hasta su residencia en Tinta para apoderarse de casi un centenar de fusiles, escopetas, pólvora y balas, y unos 22.000 pesos del cobro de tributos.
El 10 de noviembre, el líder rebelde convocó a vecinos, indios, mestizos y criollos en una loma cercana a Tungasuca, y Antonio de Arriaga, la máxima autoridad española en la región, el reclutador de indios para las minas de Potosí, fue juzgado y después ajusticiado por uno de sus esclavos, el afrodescendiente Antonio Oblitas, en nombre de Dios y del rey por ?dañino y tirano?.
Desde ese momento, se abolían impuestos como la alcabala, se restauraba el quechua y se ponía fin a los obrajes, esos centros de trabajo y reclusión a donde iban a morir los indios.
Muchos asumieron que la rebelión tenía un origen divino, otros pensaban en la restauración del Tahuantinsuyo. Túpac Amaru, cristiano, lector de Garcilaso y amigo de sacerdotes, buscaba restaurar la justicia y la hermandad entre españoles e indígenas.
Por más de cinco meses, los rebeldes pondrían en jaque a la poderosa corona española. Movilizaron a miles de personas, tomaron pueblos, incendiaron obrajes y haciendas, sitiaron el Cusco y establecieron una efectiva lucha de montoneras. La participación de Micaela Bastidas sería fundamental: ella se ocupó de la logística, las armas y la comida; de la recolección de la leña, la distribución de la coca y el alcohol, elementos vitales para mantener a miles de indígenas y mestizos, y no pocos criollos ?entre los que destacaron Felipe Bermúdez y Antonio Castelo? en precarios campamentos sobre los tres mil metros de altura y en temporada de lluvia.
Esta historia la cuenta, con precisión narrativa, el investigador y peruanista estadounidense Charles Walker en ?La rebelión de Túpac Amaru?, un libro publicado en el 2015 por el Instituto de Estudios Peruanos. El volumen no termina con la espantosa ejecución de Túpac Amaru, Micaela y sus familiares, el 18 de mayo de 1781 en la plaza del Cusco, sino que describe también la etapa de terror posterior, cuando la rebelión se extendió por el altiplano, liderada por Diego Túpac Amaru, sobrino de José Gabriel.
En ese período que va hasta julio de 1783, la lucha se fue haciendo cada vez más cruenta y salvaje. No solo de parte de los rebeldes, sino también de las fuerzas realistas que barrieron con pueblos enteros.
?El inicio del fin?
¿Qué significado tiene esta rebelión en el contexto del bicentenario? ¿Fue, en realidad, el primer foco independentista en la América del Sur? ¿O solo fue un levantamiento contra los abusos de las reformas borbónicas, pero no contra la autoridad del rey?
?Yo creo que al final es parte de todo un ciclo de levantamientos, y que la independencia, de alguna manera, sí comienza con Túpac Amaru, aunque él nunca pensó en una república o en un Perú como el que se forjó entre 1821 y 1824?, responde, a través del teléfono, Charles Walker, quien, además, asesora una muestra en el Lugar de la Memoria que tiene como eje temático la rebelión, y cuyas imágenes ilustran esta página. Para Walker, Túpac Amaru y Micaela Bastidas nos hacen pensar en otro modelo de gobierno, más allá del centralismo.
?Algunos dicen que el levantamiento se debió a una frustración personal de Túpac Amaru [por su derrota en el juicio que había emprendido para ser reconocido como legítimo descendiente del inca Felipe Túpac Amaru I, ajusticiado en 1572], pero eso es absurdo, nadie defiende sus intereses sublevándose y, menos aún, sabiendo que con esa actitud puede perder la vida?, añade el investigador.
?Al acecho?
Uno de los grandes enigmas históricos sobre la rebelión fue la decisión de Túpac Amaru de no atacar el Cusco antes de la Navidad de 1780, cuando tenía ventaja sobre las diezmadas fuerzas realistas.
Lo hizo a inicios de 1781, cuando los batallones de mulatos llegados de Lima y la movilización de las tropas indígenas de caciques leales a la corona terminaron inclinando la balanza a favor de los españoles.
?Ese es el gran tema ?sostiene Walker?. Micaela Bastidas y Túpac Amaru discutieron mucho sobre cuándo tomar Cusco. Esa historia es compleja, pero Túpac Amaru tenía miedo de matar a mucha gente, sabía que los españoles ponían por delante a los indígenas. Finalmente, cuando intentó tomar la ciudad ya era difícil. Después de diez días de batallas brutales, los rebeldes se marcharon. Era época de lluvias y no debió haber sido nada fácil para estos mantener campamentos en las frías laderas, con poca leña y comida. Existen testimonios de que la disentería mermó también las huestes de Túpac Amaru?.
A pesar del fallido intento de tomar la antigua ciudad de los incas, y su posterior captura en las alturas de Langui ?Micaela y sus hijos Hipólito y Fernando fueron atrapados en Livitaca, cuando intentaban huir a La Paz?, lo sucedido entre 1780 y 1781 no pasó desapercibido ni en Lima ni más allá del virreinato peruano.
Como afirma la historiadora Scarlett O?Phelan en el libro ?Independencia en los Andes? (Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2014), los ecos de esta insurrección general se sintieron en numerosos espacios de la América española, y Túpac Amaru se enarboló como un símbolo contra el mal gobierno, el abuso y la corrupción.
Cuarenta años después de sucedidos estos hechos, ese imperio español que aplastó a Túpac Amaru y Micaela Bastidas con desesperación y dureza llegó a su fin. Ellos nunca lo supieron, pero su gesta no sucedió en vano.
Micaela Bastidas
?Al comenzar la investigación ?dice Charles Walker?, sabía que Micaela Bastidas era importante, pero ahora me doy cuenta de que estaba a la par con Túpac Amaru. Ella trataba no solo con los soldados, sino también con los indígenas que venían a buscar coca, a recibir indicaciones y a pedir favores. Ella se encargaba, además, de la logística y con otras cacicas, como Tomasa Tito Condemayta, estuvo en la primera línea de combate. Para los historiadores a veces es frustrante no hallar más información sobre estas mujeres que peleaban arrojando piedras o que servían de espías?.