40 años
El Tratado de 1984 fue firmado por el régimen militar chileno y el entonces flamante gobierno democrático de Alfonsín
El Tratado de 1984 fue firmado por el régimen militar chileno y el entonces flamante gobierno democrático de Alfonsín. En Chile la oposición, ya muy activa en las calles y en los medios, sostenía que lo debía aprobar un Parlamento electo o al menos con un plebiscito de formas debidas. Igualmente reconoció la validez del Tratado. En Argentina, los peronistas y un duro sector nacionalista llevaron a cabo una batalla parlamentaria contra el Tratado, siendo este aprobado por escasa mayoría. Alfonsín, en una maniobra de legalidad dudosa, convocó a una consulta, no vinculante, que otorgó un resonante espaldarazo afirmativo al tratado, de un 82%, que influyó en el ánimo de los legisladores.
Lo anterior no es baladí. Porque una de las preguntas que entonces se planteó, y que todavía reaparece, es cómo era posible que -salvo el Chaco, con unos 100 mil muertos en los 1930, y una menor entre Perú y Ecuador en 1941- no habiendo ocurrido guerra internacional en América del Sur después del Tratado de Ancón en 1884, pudiera haber habido un peligro de guerra entre Chile y Argentina. Este había sido precedido por una guerra potencial entre Perú y Chile; y entre Perú y Ecuador en la misma época.
La respuesta parece de cajón. Fueron los años de regímenes militares fuertemente premunidos de doctrina e ideología nacionalistas, y por ello es probable que, con sobrevaloración o idealización del factor geopolítico, hubieran precipitado irresponsablemente esta carrera hacia la guerra. Es indudable que existe una relación de causa y efecto entre el tipo de régimen y la amenaza decidida del uso de la fuerza que solo podía implicar guerra, y una de tipo total como iba a ser aquella entre Chile y Argentina. "Cosa de militares", decían muchos. Podríamos establecer una hipótesis contrafactual de que un gobierno democrático en Argentina hubiera igualmente rechazado el laudo, pero difícilmente hubiese amenazado con una guerra.
Con todo, en Chile fue un régimen militar el que negoció la paz de transacción, es probable que con la conciencia de que en caso de guerra era casi imposible resultar victorioso; una derrota abría las puertas a una crisis política de magnitud. Por otro lado, debía mostrar una disposición a resistir a toda costa como disuasión, creando así un espacio de negociación. No fue el gobierno chileno el que inició este ciclo de jugar al borde del conflicto armado, no al menos en el siglo XX. Los únicos enfrentamientos armados de cierta magnitud entre dos Estados en esos años ocurrieron entre dos gobiernos democráticos, entre Perú y Ecuador, en 1981, y, más serio, en 1995, si bien en la actualidad se ha apaciguado.
Nuestro continente, inestable en política y sin ningún país verdaderamente desarrollado, en términos comparativos ha experimentado escasas guerras internacionales. También el mundo, entre el siglo XIX y el XXI, ha visto una disminución de las guerras entre Estados (otra cosa son las numerosas guerras civiles que campean por tantas partes, así como la violencia masiva de tipo mafioso), aunque la técnica hace que su letalidad sea horrenda. El panorama de la post Guerra Fría muestra que las guerras internacionales por motivos geopolíticos pueden experimentar un reverdecer.
El Tratado de 1984 se inscribe en un polo no muy común en el siglo XX, la capacidad de emerger en paz con un acuerdo razonable desde un abismo. Por naturaleza, todo tratado de paz es imperfecto, solo que hay algunos más fecundos que otros. El nuestro con Argentina en 1984 puede probarse como uno de estos últimos. Una lástima que se haya desaprovechado la ocasión para conmemorarlo en grande, reconociendo a sus actores, y así potenciar sus virtudes.
Todo tratado de paz es imperfecto, solo que hay algunos más fecundos que otros. El nuestro con Argentina puede probarse como uno de estos últimos.