¿La paz en su laberinto?
Hace algunos días tuvimos la imagen que se corresponde con la mejor versión de la llamada ‘paz total’, a propósito del acto de destrucción de material de guerra del Frente Comuneros del Sur, que se separó del Eln y decidió avanzar hacia una paz pactada con el Gobierno Nacional
Hace algunos días tuvimos la imagen que se corresponde con la mejor versión de la llamada ‘paz total’, a propósito del acto de destrucción de material de guerra del Frente Comuneros del Sur, que se separó del Eln y decidió avanzar hacia una paz pactada con el Gobierno Nacional. Por supuesto, la paz es bastante más que una foto o declaración, pero no hay duda de que hay dinámicas, como esta, que van en la dirección correcta. A la política de ‘paz total’ podrán hacérsele muchas críticas y etiquetarle calificativos (en opinión de algunos), como los de ser improvisada, ingenua y el que se establece desde un lugar de debilidad y no de fortaleza institucional, especialmente en relación con la necesaria superioridad militar con la que un Gobierno (este y cualquier otro) debe llegar a una mesa de diálogos o negociación. Estos razonamientos y muchos más hacen parte de un debate legítimo e, incluso, necesario. Me cuento entre quienes defienden que el Presidente se haya arriesgado a establecer múltiples diálogos, aunque bajo esquemas diferenciados (negociación política y diálogos sociojurídicos). Muchas voces le reclaman al Gobierno esta apertura que asumen como ingenuidad y sugieren concentrar el esfuerzo de paz solamente con el Eln, pero parte fundamental de no haber sido capaces aún de poner fin al llamado conflicto armado tiene que ver con que siempre quedan uno o más "cabos sueltos". Debe ser destacado también, como un gran acierto, el enfoque respecto de que la paz pasa medularmente por ser capaces de transformar los territorios, incluyendo el tránsito de economías ilícitas hacia la legalidad, abriendo el camino para la plena vigencia del Estado de derecho en lugares críticos, golpeados históricamente por el abandono estatal, la violencia y la ilegalidad. Y en este sentido es buena noticia el reciente acuerdo del Gobierno Nacional con la Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano (CNEB) para asumir un amplio programa de sustitución de cultivos de uso ilícito en el sur del país y la definición de una hoja de ruta hacia un acuerdo de paz definitivo. En relación con la ‘paz total’, a nadie escapa reconocer el enorme desafío que supone implementar una estrategia de paz para tratar con tantos grupos a la vez, cada uno con intereses, lógicas y expectativas distintas, en un contexto que como bien señala Otty Patiño no es exactamente el de un conflicto armado interno (en su interpretación clásica), sino el de múltiples y complejas expresiones de violencia, mediadas todas por el narcotráfico, lo cual demanda nuevos modelos de aproximación. Pero por cuenta del recrudecimiento de la violencia, la pérdida de control territorial, el cuestionamiento a la figura de ceses del fuego, el otorgamiento de "salvoconductos", la política de erradicación de cultivos de coca y lo que se consideran pocos avances y logros, viene creciendo el llamado a que sea replanteada la estrategia de ‘paz total’. ¿Deben ser la paz y la seguridad parte de una misma ecuación? En el Foro sobre Defensa y Seguridad Nacional convocado por EL TIEMPO, y en otras intervenciones públicas, el ministro de Defensa ha estado esbozando las líneas de una decisión política y militar para "ganar la guerra". Tal vez no se dé en esos términos exactos, pero suficiente será si se obtiene lo que se llama una "ventaja estratégica", comenzando por lo más urgente: asegurar el control territorial. Pero el asunto decisivo es que quizás, como parte de una misma ecuación, hay que pensar y acordar de manera renovada en también cómo ganar la paz. Como nos invita monseñor Héctor Fabio Henao, hay que alimentar la esperanza.
Transformar los territorios
Diego Arias