¿Para qué educamos?
Juan Mario Gutiérrez
Pese al desarrollo científico de las últimas décadas, aún no es posible determinar con exactitud la capacidad de influencia de los distintos elementos que inciden en el coeficiente intelectual
Juan Mario Gutiérrez
Pese al desarrollo científico de las últimas décadas, aún no es posible determinar con exactitud la capacidad de influencia de los distintos elementos que inciden en el coeficiente intelectual. Aspectos socioeconómicos -como la salud y la educación, por ejemplo-, la calidad de la nutrición, el grado de interacción social, el uso prematuro de pantallas e, incluso, la exposición temprana a pesticidas, son algunos de los rubros que tienen un impacto en el coeficiente intelectual. Con esto dicho, el neurocientífico francés, Michel Desmurget, afirmó que: "los ‘nativos digitales’ son los primeros niños que tienen un coeficiente intelectual más bajo que el de sus padres"; para el caso de países como Noruega, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos y Francia, que han sido naciones de dinámicas de vida y condiciones socioeconómicas relativamente estables durante los últimos años, y que, en consecuencia, permiten un comparativo más fidedigno en estas mediciones. Frente a este escenario, y de cara a que las nuevas generaciones serán ‘nativas digitales’, vale la pena preguntarse qué se puede hacer desde el sistema educativo y las metodologías de enseñanza con el fin de estimular al máximo el coeficiente intelectual y el desarrollo cognitivo. Es una pregunta muy amplia y que no tiene una única respuesta, lo cierto es que seguir insistiendo en colegios cuya única prioridad sean los exámenes de Estado y la rentabilidad, sin priorizar la personalización del aprendizaje ni ofrecer lecciones experienciales, no es parte de la solución. Instituciones con 1.500, 2.000 o 4.000 estudiantes, que gradúan jóvenes en masa y facturan en grande, difícilmente responderán al entendimiento holístico del individuo, pues su capacidad instalada está diseñada para impartir un único mensaje, como si todos aprendieran al mismo ritmo o de la misma forma. En contraste, los esquemas contextualizados, en los que se ofrecen distintos caminos para llegar al objetivo, en los que el estudiante está en el centro del proceso y en los que se integra el componente emocional, han demostrado tener una flexibilidad superior para adaptarse y formar generaciones más competitivas. Por todo lo anterior, y frente a la pregunta inicial de ‘¿Para qué educamos?’, la respuesta es simple: para brindarle a las nuevas generaciones herramientas para la vida. En ese sentido, desde Kajuyalí School, incursionaremos en la primaria a partir de este segundo semestre, de manera que la filosofía propia que hemos construido desde los modelos finlandés, estadounidense e italiano, sea una realidad desde la primera infancia. Es esencial ser eficientes con las políticas públicas y privadas, de manera que se priorice al estudiante como proyecto social, incluso, por encima de los docentes y la instituciones. Se trata de garantizar que cada aprendiz pueda efectivamente transformarse para con ello aportar al cambio de nuestra sociedad.
Fundador y director de Kajuyalí School.