Invierno y oficina
El invierno y la oficina conviven en algunos casos de manera preponderantemente melancólica, sobre todo porque dicha estación tiene ese rostro nostálgico, que surge tanto por la lluvia que cae con asiduidad como por el frío que la reviste
El invierno y la oficina conviven en algunos casos de manera preponderantemente melancólica, sobre todo porque dicha estación tiene ese rostro nostálgico, que surge tanto por la lluvia que cae con asiduidad como por el frío que la reviste. Esta comunidad entre el lugar de trabajo y el ciclo gélido, sin embargo, es también habitualmente fecunda, pues cuando lo bello caracteriza el lugar en el que uno está, las ideas se inspiran quizás más fácilmente, dado el ambiente que las envuelve. Por otra parte, si a ello se añade la contemplación de una explanada hermosa, no hay nada que perturbe la convicción de que todo buen entorno favorece y gratifica el corazón, lo que redunda en una mirada más placentera de las cosas, a la vez que "presiona" positivamente el terreno de lo intelectual.
Asimismo, hay otro íntimo lazo entre el frío del invierno y la oficina. Esta última es el "refugio" en el que el quehacer habitual adquiere todavía más resonancia interna, a causa del natural deseo de permanecer activamente quieto, concentrado más bien en el propio trabajo y con el afán de estar menos expuesto a las bajas temperaturas. En el propio escritorio uno se recoge y renueva la conciencia de que aquello a lo que uno se dedica con pasión es suficiente para temperar al menos el propio espíritu.