La libertad
Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Silvia Lecueder nos lo recuerda
Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Silvia Lecueder nos lo recuerda. ¿Y qué lector de "El País" no lo tiene presente con admiración y cariño? Me refiero a Carlos Alberto Montaner, querido columnista que al final de su vida decidió viajar a España para solicitar una muerte asistida.
Sufría una enfermedad neurodegenerativa: Parálisis Supranuclear Progresiva. Su vida y su pasión fueron el mundo de las ideas, el de sus profundas convicciones, el de la lucha por la libertad de su amada patria a la que vio durante décadas padecer una dictadura infame. Cuando solicitó la muerte asistida todavía conservaba destellos de su brillante lucidez. Su carta de despedida en El País a todos nos conmovió. "Vivir es un derecho, no una obligación", fue una de las frases más removedoras y a la vez de una veracidad inoponible. Salvo para Álvaro Ahunchain, claro, quien le hubiera dicho: "no Carlos, tu decisión no proviene de tu derecho sino de tu dolor y de tu depresión". Como si el dolor y su lógica consecuencia depresiva le quitaran a un ser humano como Carlos nada menos que la libertad de decidir qué hacer con su vida y cómo ponerle fin.
Los argumentos son los mismos que esgrimen quienes están pergeñando hoy una ley para obligar a los restaurantes a tener postres sin azúcar. Porque "el azúcar es dañino", dicen; "menos azúcar más vida", y eso les da el derecho de exigir a los demás que vendan lo que no quieren vender y que produzcan lo que no quieren producir. Son seres humanos que se arrogan el derecho de decirnos qué es lo mejor para nosotros, qué es lo que nos conviene y qué no: si la sal, el azúcar, el alcohol, la marihuana, el tabaco o la droga, y también cómo debemos morir. Hacen leyes prohibiendo y obligando. Saben qué es bueno y qué es malo para toda la humanidad y quieren imponerlo. Cuando van contra la libertad se han equivocado siempre, pero insisten.
Todas estas ideas tienen un origen ideológico, un común denominador que ha forjado sus neuronas vulcanizándolas y que, aun mediando una apreciable evolución intelectual, les sigue impidiendo comprender "la libertad" en toda su extensión, nada menos; se quedan a medio camino. No se termina de entender que las rimas de Bécquer pueden ser más inspiradas que las del reguetón, pero eso no pasa de ser una mera opinión. El mayor grado de cultura o información de quién así opina, no da derecho a prohibir y tampoco a promover a Bécquer desde un canal oficial mantenido con el dinero de todos.
La pirueta intelectual es la misma que animó a los autores marxistas en general y a Antonio Gramsci en particular, a sostener análogo silogismo: 1) a cada clase social le conviene y corresponde naturalmente un sistema de ideas; a los proletarios, el socialismo. 2) ¿Por qué entonces la mayoría de los proletarios italianos de 1920 no eran socialistas? 3) Conclusión: porque al no haber adquirido "conciencia de clase", viven engañados por la dominación burguesa, sin tener idea de lo que realmente les conviene. Para obtener esa nueva suerte de revelación divina hay que someterse al centralismo democrático del Partido Comunista. Allí les van a decir clarito qué les conviene y qué no.
A esta altura mis sacrificados lectores se preguntarán: ¿qué tiene que ver el socialismo con la eutanasia? El "trait d'union" viene dado por un axioma indemostrable, por el cual determinados seres asumen el derecho de decidir por el resto en función de su sola, pretendida y subjetiva condición de ser "más cultos" o "más informados". El ideologismo tiene su origen en el concepto de dominación de clase por el que una minoría se autoproclama por sí y ante sí como "partido de una clase social" y accede así al derecho del poder omnímodo. Es decir, la negación absoluta de la libertad. Hay también allí una cierta rémora religiosa, a la que el marxismo, como religión política que es, no resulta ajeno. Mis creencias me dicen lo que es bueno y lo que es malo y pretendo darles a ellas fuerza de ley. Significa querer equiparar "pecado" y "delito".