Sábado, 06 de Septiembre de 2025

Homo Argentum y un debate estúpido

UruguayEl País, Uruguay 3 de septiembre de 2025

Cohn y Duprat exponen con humor despiadado los vicios y contradicciones de la sociedad argentina, desafiando lo políticamente correcto.

El formato de la película de Mariano Cohn y Gastón Duprat no es nuevo. Ni siquiera lo inventó Damián Szifrón con su memorable Relatos salvajes (2014). La conformación de un largometraje con base en pequeñas historias independientes es vieja como el cine. Todo empezó con el clásico Intolerancia (1916) de David W. Griffith, y tuvo una explosión creativa en el cine italiano de los años 50 y 60, con clásicos como L'amore in cittá (1953) de Antonioni y Fellini, entre otros, Bocaccio 70 (1962), de Fellini, Visconti, De Sica y Monicelli, y Ro.Go.Pa.G (1963) de Rossellini, Godard, Pasolini y Gregoretti.

Los antecedentes más directos de Homo Argentum deben buscarse en algunas películas en especial, como Los monstruos (1963) de Dino Risi, Los complejos (1965) de D'Amico, Risi y Rossi, y Los nuevos monstruos (1977) de Risi, Monicelli y Ettore Scola.

Los italianos de esa época fueron expertos en retratar con crueldad los peores vicios de la sociedad de su tiempo, apelando tanto al humor desfachatado como al patetismo. Puntal en ese peculiar estilo grotesco fue la dupla de guionistas Age y Scarpelli. Fueron los autores de esas tres últimas nombradas y de otra antológica que también se caracterizó por un humor profundamente cruel: Sucios, feos y malos (1976), una obra cinematográfica estrenada en el Uruguay de la dictadura, que recuerdo muy bien cómo dividió las aguas del público de su tiempo. Jugaba con el humor negro en torno a la miseria terrible que vivían las personas que moraban en los asentamientos de la periferia de Roma; la página editorial de El País la había criticado acremente, pero los críticos que se nucleaban en la legendaria Cinemateca Revista (Jorge Abbondanza -quien al mismo tiempo dirigía nuestra página cultural-, Manuel Martínez Carril, Henry Segura y Guillermo Zapiola) la defendieron con ardor. En realidad, aquella era una obra maestra de Ettore Scola, como lo habían sido antes las otras parodias de Age y Scarpelli. Muchas veces la gente supone que hacer humor con temas serios es una falta de respeto, porque parten de la base de que, usando ese tono, se les quita importancia. Y no es así: el humor es solo un vehículo. Puede servir para distendernos, pero también es útil para denunciar con crudeza -e incluso dramatismo- las injusticias sociales. Mi maestro Alberto Restuccia siempre citaba una hermosa frase de Cortázar en su novela Rayuela: "La risa, ella sola, ha cavado más túneles útiles a la humanidad que todas las lágrimas de la tierra".

Esta extensa introducción viene a cuento para colocar en su justo lugar una muy buena película como es Homo Argentum. Más allá de su notable éxito de público, fue la excusa para un debate bastante estúpido sobre los alcances del arte y la sátira.

He leído y escuchado a gente seria diciendo cosas como que la obra es injusta con la idiosincrasia argentina, como si fuera misión del arte representar las cosas como son y no como se le canta a sus creadores. Pero en esta época de hipersensibilidad ridícula, en que hay que contratar a una Blancanieves de piel oscura para que nadie se ofenda, o hacer enanos por computadora para no discriminar a los reales, mostrar 16 viñetas de argentinos reprobables se interpreta poco menos que como un pecado capital.

Tensar la cuerda de lo políticamente correcto es lo que viene haciendo desde siempre esa talentosa dupla de directores y productores que es la de Cohn y Duprat: en la serie El encargado (2022) muestran el reverso moral de un humilde portero de edificio. En Nada (2023), hacen que un antipático Brandoni se ría en la cara de un chiquilín que repite como loro los versos kirchneristas. En Bellas Artes (2024), como antes lo hicieron en la película Mi obra maestra (2018), se burlan en forma saludablemente despiadada de las frivolidades del mercado del arte contemporáneo.

Acá, en Homo Argentum, no dejan títere con cabeza: le pegan a los ricos y a los pobres, a los conservadores y a los radicales, a los curas villeros y a los especuladores en criptomonedas. No se salva nadie. Y está muy bien que lo hagan: el arte no es para hacer proselitismo político ni para dividir artificialmente a la sociedad entre buenos y malos, sino para exponer lo que piensa y siente el creador, que puede ser aceptado o rechazado por el espectador, porque la libertad es libre.

Las frívolas opiniones del presidente Milei sobre la película, pontificando que es poco menos que un arma de su batalla cultural, sumadas a una izquierda que la califica de neoliberal e insultante, constituyen una discusión superflua que no tiene nada que ver con la calidad de la obra en sí.

Segmentos como "Piso 54", "La ventaja de ser pobres" y "Un film necesario" me hicieron reír mucho. Otros, como "Aquí no ha pasado nada" y "Ezeiza", me conmovieron. Ninguno me dejó indiferente. Rechazarlos porque critican a los argentinos es pretender que el arte no sea una expresión de libertad, sino una herramienta de promoción turística.

En nuestros países necesitamos más cabezas libres como las de Cohn y Duprat y menos funcionarios al servicio de ideologías obtusas.
La Nación Argentina O Globo Brasil El Mercurio Chile
El Tiempo Colombia La Nación Costa Rica La Prensa Gráfica El Salvador
El Universal México El Comercio Perú El Nuevo Dia Puerto Rico
Listin Diario República
Dominicana
El País Uruguay El Nacional Venezuela