Rally de la bolsa chilena
Más que expectativas de mayor crecimiento, parece reflejar el fin del castigo a la valoración de las empresas nacionales.
Una significativa alza ha mostrado el principal índice bursátil del país en los últimos meses. En lo que va de 2025, el IPSA ha subido casi 35% en términos nominales, bastante por sobre un grupo de países emergentes comparables o incluso países desarrollados. En dólares, comparación que mejor permite entender la visión de los inversionistas globales, la bolsa chilena también ha tenido un alza significativa -cercana al 40%-, aunque en este caso varios otros países muestran resultados equivalentes, como Colombia y, en menor medida, Brasil y México.
La persistencia de esta tendencia y el hecho de que sea generalizada en distintos sectores (más allá de la obvia heterogeneidad en los resultados de algunas compañías) sugieren que el fenómeno puede estar anticipando una importante recuperación económica. En efecto, la bolsa en el pasado ha sido capaz de anticipar períodos de mayor crecimiento, como fue en 2004 -a comienzos del boom de las materias primas-, en 2010 -terminada la crisis financiera- o en 2017, junto con la segunda administración de Sebastián Piñera. Como en este último ejemplo, la perspectiva de un cambio de gobierno a uno que dé prioridad al crecimiento puede estar alimentando esta vez el alza.
En esta oportunidad, sin embargo, hay algunas señales que hacen mirar este fenómeno con cautela. Por de pronto, en términos reales, el IPSA está recién recuperando sus niveles de diciembre de 2010 y enero de 2018. Ello refleja que el mayor valor de las acciones puede estar más bien revelando el fin de un castigo a la valoración de las empresas nacionales -posiblemente por un alto nivel de riesgo político e institucional, y por un debate orientado a las regulaciones y no al crecimiento-, más que la expectativa de una mucho mayor actividad. La consolidación de la idea de que el liderazgo en el país va a cambiar de signo político sin duda contribuye, pero ello no necesariamente significa que estemos ad portas de años de alto crecimiento. De hecho, las expectativas de los agentes privados y las proyecciones del Banco Central no dan hasta ahora cuenta de aquello.
Por cierto, no es descartable que finalmente se produzca una recuperación más intensa de la actividad hacia 2026 y 2027 -lo que sin duda sería una buena noticia-, pero puede ser temprano para confirmar esta visión. Por ahora -y no es una mala noticia- parece ser claro que los mercados globales y domésticos han tendido a borrar el castigo que la renta variable tenía como consecuencia de la inestabilidad política en el país, incertidumbre cuyo máximo se alcanzó en torno al plebiscito del 4 de septiembre, antes de que fuera rechazada la propuesta constitucional que la izquierda con tanto entusiasmo apoyaba.