No hay hospital universitario sin residentes
A veces me preguntan qué pasaría si, de un día para el otro, desaparecieran todos los residentes
A veces me preguntan qué pasaría si, de un día para el otro, desaparecieran todos los residentes. La respuesta es breve, incómoda inclusive: el hospital se detendría . No porque falten manos para escribir historias clínicas o preparar una epicrisis —aunque también—, sino porque un hospital universitario sin residentes pierde su pulso.
El concepto de la residencia no es nuevo; tiene más de un siglo. En la Viena del XIX, Theodor Billroth fue un pionero que introdujo cirugías hasta entonces impensadas y, al mismo tiempo, cambió la manera de formar médicos: creía que la verdadera enseñanza no se agotaba en la lectura, sino que debía completarse en la sala y en el quirófano, con pacientes reales y bajo la guía de sus maestros. Uno de sus discípulos fue William Stewart Halsted, que llevó esa impronta a Estados Unidos. En el recién inaugurado Johns Hopkins, junto con William Osler, dieron un paso más y crearon programas formales de residencia en cirugía y medicina interna, con un modelo estructurado de aprendizaje progresivo que se convirtió en referencia mundial.
Naturalmente, el formato era ligeramente distinto al actual, pero la esencia -formarse en el terreno, bajo supervisión, codo a codo con el equipo- sigue siendo la misma. Desde entonces, la residencia es sinónimo de aprender junto al paciente.
Así, el hospital se llena cada año de voces jóvenes que traen lecturas recientes, ideas frescas y esa saludable costumbre de preguntar "por qué" justo cuando uno pensaba que no había nada más que explicar. "Incordian" en el mejor de los sentidos: nos obligan a mantenernos actualizados, a cuestionar rutinas, a escuchar perspectivas distintas, son los que empujan a utilizar nueva tecnología médica.
Esa presencia transforma todo. A la comunidad, porque los residentes que se forman aquí vuelven a sus provincias -o a sus países- llevando saber, una cultura de cuidado humanizado y centrado en las personas y técnica que antes se concentraban en pocos lugares, tendiendo así nuevos puentes. Al hospital, porque formar especialistas sólidos, con doble titulación de la Facultad de Ciencias Biomédicas (Ministerio de Salud y de Educación), es un sello de prestigio que no se compra ni se improvisa. Y a los pacientes, porque esa continuidad —ver al mismo joven en el quirófano, en la guardia y en la sala— construye confianza y humaniza la medicina. En más de una ocasión, esa confianza hace que el paciente les cuente cosas que no dijo antes: un detalle de su historia, una preocupación íntima, algo que ayuda a entender mejor su situación clínica.
Pongo un ejemplo. Hace poco, en una cirugía, en uno de esos procedimientos que muchos cirujanos solo conocen por artículos científicos, había un residente junto al equipo. No operaba, claro. Pero observaba cada maniobra, tomaba nota mental de gestos y decisiones, y aprendía en directo lo que ningún texto logra transmitir: el ritmo, la tensión y la precisión de un trabajo exigente, complejísimo.
Quien ha trabajado en un hospital sabe que enseñar es también aprender. En una guardia, en un pasillo, en la discusión de un caso, siempre hay un ida y vuelta que afina el oficio. Los residentes aportan energía, curiosidad y, sí, una dosis de alegría pese al cansancio que no figura en los protocolos pero que hace que todo funcione mejor. Por eso, defender la residencia no es un gesto académico: es asegurar que dentro de veinte años haya médicos formados con rigor, empatía y sentido de la responsabilidad. Incluso, o sobre todo, en áreas donde hoy cuesta más encontrar postulantes, como pediatría, clínica médica o terapia intensiva.
En estos días en que tanto se habla de la figura del residente, vale recordar que su presencia no es un lujo ni un accesorio: es parte del engranaje que hace posible que un hospital universitario cumpla su razón más esencial —atender y curar— con la mejor calidad posible . Sacarlos de la ecuación sería como quitar las primeras líneas de defensa en una guardia: la estructura podrá seguir en pie, pero el corazón que la sostiene dejará de latir lentamente.
Director médico del Hospital Universitario Austral