Sábado, 06 de Septiembre de 2025

Dime qué debates

UruguayEl País, Uruguay 6 de septiembre de 2025

Lo importante y urgente para Uruguay no está en decidir si cambiar una moña, una fecha o un acto protocolar.

A veces perdemos de vista el valor del tiempo en la política pública. Los países no solo pueden retrasarse por malas políticas, sino también por debates pobres.

Sé que cuando uno se mete por este sendero de reflexión, puede sonar como si uno se colocara en un pedestal para juzgar qué discusiones valen y cuáles no. Pero hay momentos en los que la realidad se impone con tal crudeza que callar sería una irresponsabilidad. Hay debates que, simplemente, nos distraen del rumbo, mientras lo verdaderamente importante permanece silenciado.

Dwight Eisenhower, expresidente de Estados Unidos, solía decir que en política pública hay dos tipos de problemas: lo urgente y lo importante. Lo urgente no siempre es importante, y lo importante no siempre es urgente. Esta reflexión muchas veces adquiere una vigencia inquietante en nuestra política uruguaya.

Recordemos un episodio de hace algunos años: la discusión sobre la moña escolar. En 2015, por varias semanas, buena parte del debate público giró en torno a si los niños debían seguir usándola. El propio presidente Tabaré Vázquez intervino para señalar que la túnica blanca y la moña azul eran "casi un símbolo tan importante como la bandera".

El tema ocupó semanas en los medios y hasta llegó al Parlamento. Mientras tanto, problemas estructurales de la educación -desigualdad de aprendizajes, abandono en secundaria, falta de innovación pedagógica- quedaban relegados.

Hace pocos días vivimos una escena similar, pero esta vez más dolorosa desde lo humano. El país se enzarzó en una discusión sobre la fecha de la independencia y los actos de jura de la bandera. El debate se multiplicó en radios, columnas y redes sociales. Al mismo tiempo, una dolorosa noticia pasaba bastante más silenciosa: una adolescente de 18 años, bajo cuidado del Estado en un hogar del INAU, se quitaba la vida. Había ingresado al sistema de protección hace algunos años, con problemas de salud mental diagnosticados, a la espera de un traslado a un centro especializado que nunca se concretó.

Cualquiera lector apurado colocaría esta dolorosa noticia en izquierdas, derechas, o viendo si el gobierno tal o cual fue el culpable. Se olvida que el Estado trasciende gobiernos.

Si en un país con índices de suicidio adolescentes alarmantes, ni el propio Estado es capaz de contener, qué dejamos para una familia con bajo acceso a los servicios de contención. Quizá por acá podría haber contribuido el debate si se alzaba la voz de esa dolorosa noticia: en algo que nos oriente a preguntarnos qué estamos haciendo para no caer en el abismo del suicidio adolescente.

En cómo se acompaña también al funcionario que está en la primera línea de contención.

En 2024, cada tres días hubo un suicidio de un joven menor de 24 años, representando el 16% del total de casos. La tasa de mortalidad por suicidio por cada 100.000 habitantes es hoy de 33,21 en los adultos jóvenes de 20 a 24 años, según los últimos datos que el Ministerio de Salud Pública.

¿Qué nos dice de nosotros mismos el contraste entre esos debates que no se plantean tan fuertes como otros? El suicidio de una joven bajo cuidado estatal nos debería haber increpado política y socialmente. Pero no fue así. Nos conformamos con declaraciones aisladas, casi burocráticas.

Los países -al igual que las personas- descansan en promedio ocho horas al día; las otras dieciséis construyen, producen, sueñan. Un ejercicio útil sería preguntarnos cada noche: ¿cuál fue el debate central del país, hoy? Si repitiéramos el ejercicio durante semanas, quizá descubriríamos con desconcierto cuánto tiempo invertimos en discusiones que no son ni importantes ni urgentes.

No se trata de negar la relevancia simbólica de ciertos temas culturales. Pero cuando esos debates ocupan el lugar de lo urgente -la educación, la atención a la infancia vulnerable, la salud mental-, corremos el riesgo de convertirnos en un país que mira para el costado mientras se le incendia parte de su casa.

Lo importante y urgente para Uruguay no está en decidir si cambiar una moña, una fecha o un acto protocolar. Está en garantizar que ningún niño en situación vulnerable muera bajo el cuidado del Estado. En cómo hacer que ese funcionario que está en la primera línea pueda estar equipado para brindar la atención que se necesita. En como modernizar la educación, en enfrentar una crisis demográfica que ya es un problema.

¿Cuándo hablamos de esto? Los temas importantes de hoy, los enfrentamos cuando ya son problemas urgentes mañana.

Esta no es una reflexión absoluta, sino relativa: porque el problema no está en sí en lo que debatimos como sociedad, sino en lo que dejamos de debatir cuando la falsa urgencia se impone.

Dime qué debates eliges y te diré qué tan lejos estás de enfrentar lo verdaderamente urgente. El tiempo dedicado a los debates estériles es también el tiempo que dejamos pasar oportunidades de prosperar en lo que realmente nos debería importar.
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