Partidos políticos y jóvenes
Miradas unidimensionales no dan cuenta de la complejidad actual y generan desencanto.
Los partidos políticos no logran que la ciudadanía se identifique con ellos. Muchas veces en el pasado se culpó de este hecho a la escasa oferta asociada a la existencia del sistema binominal. Sin embargo, en la última década el número de partidos se ha expandido y la identificación ha seguido cayendo. Más aún, los antecedentes disponibles sugieren que Chile es uno de los tres países de América Latina donde los electores observan el menor grado de identificación con partidos; esto, pese a que, después de Brasil, es el que registra el mayor número de colectividades legalmente constituidas. Es cierto que esa menor identificación es una tendencia universal, pero menos pronunciada que en nuestro país. Es probable que la rápida modernización económica y social de las últimas décadas no haya ido acompañada por una adaptación de estas organizaciones a las nuevas demandas. Así, sus discursos han quedado atrapados en otra época.
Son muchos los lugares del mundo donde los partidos, reconociendo este tipo de problemas, intentan repensarse. Al mismo tiempo, sin embargo, perseveran en un trabajo territorial intenso para reencantar a los electores y mantener activas sus bases. En nuestro país, en cambio -y salvo excepciones-, la búsqueda de esas conexiones es infrecuente y no responde a una estrategia sistemática. La reciente configuración de listas parlamentarias con candidatos que, a menudo, no tienen mayor arraigo en las respectivas bases da cuenta de aquello. Con todo, hay intentos -muy incipientes- de acercarse a nuevos grupos, en particular a los jóvenes y sobre todo a los secundarios, después de que la apatía política también se instalara en las universidades. Chile, de hecho, tiene una larga tradición de líderes que han emergido desde la educación secundaria. Claro que el último impulso vino de la "revolución pingüina", hace casi dos décadas.
Las Juventudes Comunistas, con una extensa historia, parecen llevar la delantera en esta materia, desarrollando un esfuerzo planificado para reclutar nuevos militantes. Sorprenden, sin embargo, las edades tempranas -13 años- en las que se inician estos procesos, incluso con normas formales establecidas en su "estatuto". Otros partidos hacen esfuerzos similares, pero mucho menos estructurados y con edades algo mayores. Cabe recordar que, para afiliarse a una colectividad, en Chile, como en la inmensa mayoría de las naciones, se debe ser ciudadano, es decir, haber cumplido, en nuestro caso, 18 años. Los menores, entonces, se encuentran en una situación especial. Es revelador en este sentido que las JJ.CC. hayan planteado en diversos documentos la idea de que se pueda votar desde los 14 años y ello quizá explique la intensidad de su trabajo en este ámbito: visualizan una persona políticamente activa desde una edad muy temprana. Por cierto esta idea no ha prosperado en ningún país, y por buenas razones.
Ahora, como reconocen en distintas instancias, el compromiso de estas incorporaciones parece ser más débil que en el pasado. Hay poca adhesión y luego de seis meses muchos jóvenes abandonan el movimiento. Esto revela que estas organizaciones, aun si se han estructurado adecuadamente para esta tarea, no logran las conexiones a que aspiran. La sociedad moderna requiere de respuestas menos doctrinarias y más flexibles, las que los partidos, y en particular el PC, no siempre están disponibles a ofrecer. En efecto, miradas unidimensionales no dan cuenta de la complejidad actual. En gran medida, porque la política, aunque se reconozca su valor, no se percibe de tanta trascendencia como antaño. El cambio generacional es notorio en esta dimensión y es algo que los partidos no han sabido enfrentar bien.
Pero, aun en este contexto, la democracia sigue requiriendo de colectividades políticas sólidamente establecidas y, para asegurarlo, el país debe revisar las actuales regulaciones, de modo que estas organizaciones sirvan al propósito de darle estabilidad y efectividad.