Gustavo Kreiman estrenó "Díptico de los padres", obra autobiográfica sobre su vínculo familiar, el duelo y la salud mental. El autor, director y protagonista habló con El País sobre esta intensa experiencia.
Hace seis años, una oportunidad académica trajo al cordobés Gustavo Kreiman a Uruguay. Vino a hacer la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia de la EMAD, pero lo retuvieron la rambla, los veranos en Santa Teresa (Rocha), sus amigos artistas y, sobre todo, la paz que le regaló Montevideo. "Encontré una calma que me pega bien y me fui quedando", dice a El País, mientras observa la bravura del mar antes de la tormenta desde la ventana de su casa en Ciudad Vieja.
Ese mar agitado se parece a la mente rumiante de este joven actor, director, dramaturgo y docente. Aunque Uruguay le da la tranquilidad que necesita, la distancia potenció un miedo universal: sus padres van a morir y él está lejos. Como forma de adelantarse al duelo, se sumergió en las zonas más oscuras de su vida el cáncer de su padre, sus propios brotes psicóticos e intentos de suicidio y de allí nació Díptico de los padres.
El espectáculo propone entrar en la intimidad del artista y su familia a través de dos obras Ya'aburnee, dedicada al padre, y Animus, a la madre. Cada una dura una hora y entre ambas hay un intervalo de 20 minutos, donde se invita al público con una copa de vino en el hall de Sala Verdi.
"Surgen como un ejercicio de escritura para desarrollar herramientas de duelo anticipado y para reinventar la manera de amarlos en la adultez", explica el autor, director y protagonista. No está solo en escena: Fernando Toja encarna a su padre y Carla Moscatelli a quien Kreiman dirigió junto a Leonardo Sosa en Tocar un monstruo, de Gabriel Calderón a su madre.
Siempre supo que él haría el papel del hijo. No había otra opción: evitó ser indulgente y entendió que el proyecto solo tenía sentido si lo habitaba en cuerpo y alma. "Tenía que poder estar ahí, haciéndome cargo de lo bello y de lo asqueroso que digo", afirma.
Este tortuoso proceso creativo le acarreó incluso consecuencias físicas. Nada hubiera sido posible sin el equipo de actores y técnicos que se animó a saltar al abismo con él. "Fue fundamental el sostén y el profesionalismo. El desafío era lograr que se enamoraran del proyecto y que fuera valioso más allá de mi testimonio", resume.
Díptico de los padres se estrenó el 30 de agosto y se presenta todos los sábados y domingos de setiembre en la Sala Verdi (entradas por Tickantel). Los padres de Kreiman no asistieron al debut como es tradición, por decisión del propio hijo: les pidió que vayan en la tercera semana de funciones porque, con ellos en primera fila, temía que la emoción lo desbordara.
El homenaje en vida de Kreiman a sus padres
Cuando les contó a sus padres el proyecto, se pusieron contentos, aunque debió sortear algunas incomodidades. Su padre dudó sobre la exposición, pero lo apoyó. Con su madre pudo darse más libertades poéticas y críticas: "Tiene otra capacidad de no tomárselo personal", justifica. Ambos se emocionaron y hasta participaron con textos que se incluyeron en la dramaturgia.
En verano viajaron a Uruguay y cenaron con los actores que los interpretarían. El plan era solo conocerse, pero Gustavo improvisó un ritual. Les entregó un dibujo, lo partió en dos, les dio una mitad a cada uno y les dijo: "Ahora tienen algo en común".
Díptico de los padres se nutre de episodios dolorosos: la enfermedad de su padre, sus propios excesos e intentos de suicidio. Fue un proceso agotador, incluso físicamente, que lo llevó a atravesar momentos de perturbación. Repasar textos sobre la falta de ganas de vivir le costaba, pero la terapia y el propio proceso de la obra le permitieron objetivarla.
"Algo se mueve en cada función cuando veo en Carla los ojos de mi madre o en las expresiones de Toja la forma de ser de mi padre", dice. Le emociona haber podido convertir el dolor y la oscuridad en belleza estética y ofrecer una experiencia valiosa al público.
¿Te ayudó a sanar? Me parece peligroso cuando los artistas se atribuyen posibilidades terapéuticas. No tenemos herramientas: somos artistas haciendo teatro. Más que una voluntad de sanación, quise abordar la salud mental de forma honesta, sin mensajes con moraleja. Es una racha que pasa, pero no hay un aprendizaje a través del dolor. La resiliencia me parece un concepto de Instagram.
El miedo a la muerte fue una de las pulsiones que te llevó a escribir. ¿Ahora te sentís más preparado para esa despedida? Mis padres siempre prefirieron los homenajes en vida. Esto surge del miedo a su muerte, pero también es un regalo para que lo disfruten sanos. El miedo seguirá existiendo. La vida está cargada de incertidumbre y sufrimiento, con rachas buenas y otras más entreveradas. Sería naif pensar que una obra de teatro puede cambiar el mundo o la salud de alguien.
Después de una obra tan personal, ¿qué te dan ganas de hacer? Me dan ganas de volver a la ficción. Creo que es la última vez que me meto en algo autobiográfico porque no quiero quedarme en un regodeo narcisista. Se vienen asociaciones artísticas teatrales y con músicos para potenciar universos ajenos.