Las elecciones argentinas
La elección significó en esencia un voto castigo para la tribu libertaria encabezada por Milei.
La evaluación de las recientes elecciones en la Provincia de Buenos Aires no arrojan dudas. Como es notorio Alex Kicillof candidato de Fuerza Patria, denominación con la que se presentó el peronismo, resultó un claro ganador; a su vez Javier Milei, con la Libertad Avanza, su principal contraparte acusó una derrota histórica. Si bien con otra relevancia, tanto el macrismo, unido con la Libertad Avanza, como Cristina Kirchner, con difíciles relaciones con Kicillof, una figura peronista ideológicamente más incierta, aparecen también vencidos. La abstención del orden del 37%, fue menor a la pronosticada, pero aun así elevada.
El acto estuvo repleto de proyecciones a la vista que la Provincia de Buenos Aires reúne cerca del 38% de la totalidad del padrón electoral. Dividida en ocho distritos, Fuerza Patria triunfó en 6 de ellos, los más concurridos, especialmente el primero y el tercero, parte integrante, urbanísticamente hablando, de la ciudad de Buenos Aires. Lo mismo ocurrió en la mayoría de los 135 Municipios, (F.P. triunfó en 95), demostrando la fuerza de la tradición barrial peronista. Si se considera que el gobierno de Milei no cuenta con mayoría en ninguna de las restantes provincias del país, pese a unos pocos gobernadores cercanos, esta elección, seguramente, debilitará aun más esos vínculos precarios.
Como se ha comentado, el nuevo triunfo del inmarcesible peronismo, aparentemente inmortal, parecido a la mítica Gorgona que al perder una cabeza le brotan dos, la elección significó en esencia un voto castigo para la tribu libertaria encabezada por Milei, que más que un partido político en construcción recuerda a una horda unida por la frustración, el rechazo al peronismo, el convencimiento que el mercado constituye el exclusivo regulador social y el egoísmo hobbsiano el mejor baremo ético. Por eso resulta justo decir que esta vez ganaron los pobres, marginados, los feos y excluidos. Que triunfó la voz de los sin voz, de los insultados y débiles, aún cuando sólo pudieran hacerlo a través de la discutible cacofonía del peronismo.
En ese sentido resulta claro que fue una enorme derrota de esa derecha liberista hioderna, la misma que lidera Trump, Bolsonaro y con matices Marine Le Pen o Erdogan y tantos otros. Por más que no pueda alegrar demasiado el triunfo del peronismo, un populismo mezcla de fascismo, pobrismo, revisionismo histórico y nacionalismo, el más arraigado producto de la cocina argentina. Lo que es claro es que, a nivel más profundo, el otro gran vencido, ausente en sus lides desde hace mucho tiempo fue el liberalismo. Desde Mariano Moreno en el plano económico o de Bernardino Rivadavia, impulsando la ya lejanísima Constitución de 1853, el liberalismo se fue diluyendo aun cuando lo reclamara Sarmiento o, más débilmente todavía, la ambigua generación del ochenta, lejana a todo igualitarismo.
Su falta, pese a los esfuerzos, por momentos heroicos de Raúl Alfonsín y su final fracaso, unido a una incoherente política económica de sucesivos gobiernos, casi todos peronistas, explican los fracasos de su política sin olvidar su aristocrático militarismo y su feroz radicalismo guerrillero. Lamentablemente otra vez faltó a la cita el verdadero liberalismo, sin él los hermanos argentinos son demasiado intensos para ser prudentes.