"Mato, luego existo"
Si de algo debieran cuidarse los gobernantes y dirigentes norteamericanos, es de lanzar afirmaciones que pongan en riesgo la paz social.
Lo maté porque era muy, muy, muy famoso; y yo buscaba mucho, mucho, mucho mi propia gloria", dijo Mark Chapman en una audiencia judicial sobre el crimen que había cometido en 1981: el asesinato de John Lennon.
Usó la palabra gloria, pero aspiraba a mucho menos: existir, en los términos que implica la existencia en la era de la atroz disyuntiva "éxito-fracaso".
El éxito coloca a la persona en la dimensión del "ser", mientras que el fracaso la deposita en la del "no ser".
"Mato, luego existo". Esa paráfrasis alterada de la fórmula cartesiana parece explicar la mayoría de las masacres y magnicidios ocurridos en Estados Unidos.
Desde mediados del siglo XX, las recurrentes masacres sin razón eran perpetradas por veteranos de Corea y Vietnam que regresaban emocionalmente desquiciados. Pero desde las últimas décadas de la pasada centuria hasta hoy, la mayoría de los casos tuvieron que ver con desequilibrios vinculados a otras patologías de la sociedad norteamericana y también de este tiempo de incertidumbres, soledades y miedos.
Muchos fueron los crímenes que cometidos en la falsa disyuntiva éxito fracaso. "No existís" es la sentencia que recibe el "loser" en una sociedad exitista marcada por todo tipo de supremacismos.
Este derrumbe de la inteligencia y el afecto por lo humano, impone ser percibido para sentir la existencia. Si no me perciben, si no estoy en ningún escenario, sencillamente no existo. Esa es la convicción devastadora que crece desde hace más de medio siglo.
Chapman usó mal la palabra "gloria". Alcanzar la "gloria" es lo que sintió Nathuram Godse, el ultrahinduista que asesinó al Mahatma Gandhi, acusándolo de ser concesivo con los musulmanes. Como sus camaradas en el ala radical del partido derechista Hindu Mahasabha, el joven que disparó a quemarropa contra el venerado líder de la no violencia era un fanático. Y los fanáticos son capaces de hacer lo peor con las "mejores" intenciones.
El caso de los náufragos de la invisibilidad es diferente y es mayoritario en los magnicidios y masacres en Estados Unidos. Sería el caso de Tyler Robinson, el joven de 22 años que mató a Charles Kirk. Muchas voces conservadoras lo describen como izquierdista y homosexual. Así lo describió, entre otros líderes republicanos, el gobernador de Utha. Según Spencer Cox, el asesino de Charlie Kirk había posteado opiniones de izquierda y frecuentado sitios izquierdistas en las redes, además de estar en pareja con una persona transexual.
Demasiado poco para explicar el asesinato de Kirk como un crimen de la izquierda norteamericana.
Con ese rigor desmesurado, en 1981 se habría llegado a la conclusión de que el atentado contra Ronald Reagan fue perpetrado por la ultraderecha filo nazi, ya que a John Winckle, quien efectuó seis dispar e hirió al líder republicano, tenía libros nazis y algunas relaciones con neonazis.
Se podría haber presentado como un atentado de la ultraderecha, cuando en realidad lo que quiso el atacante era llamar la atención de Jodi Foster, la actriz que protagonizó con Robert Robert de Niro Taxi Driver, la película de Scorsese de la que se había fanatizado.
Ahora, con datos que muestran a Robinson como un joven criado en una familia republicana, con pocos y nebulosos pronunciamientos políticos, el espectro ultraconservador lanza su dedo acusador hacia los homosexuales y hacia la "América líberal", que es socialdemócrata, feminista y partidaria del respeto a la diversidad sexual y a las minorías étnicas.
Si de algo debieran cuidarse los gobernantes y dirigentes norteamericanos en el escenario de esta guerra civil por goteo que vive el país, es de lanzar afirmaciones que pongan en riesgo la paz social. No lo hacen las figuras y dirigentes de la izquierda que cometen el estropicio repugnante de festejar el crimen demonizando a la víctima. Tampoco lo hacen Trump, el gobernador Spencer Cox y las demás figuras del conservadurismo que se apresuran por politizar un crimen que, posiblemente, se enmarca en las patologías sociales que llevan larguísimas décadas haciendo correr sangre.