Viernes, 26 de Septiembre de 2025

Paul Thomas Anderson, el gran director americano, con comedia llena de elogios y con Leonardo DiCaprio

UruguayEl País, Uruguay 25 de septiembre de 2025

Se estrena hoy en cines "Una batalla tras otra", la nueva película del director de "Magnolia" y "Petróleo sangriento", que tiene al actor como un viejo terrorista hippie en una aventura de acción

A esta altura, con más de 30 años de carrera de perfil alto, no hay duda de que Paul Thomas Anderson está al nivel de aquellos maestros a los que siempre admiró y sobre los que construyó su obra. Ahí, pónganle, están William Wyler, Stanley Kubrick y, claro, Robert Altman o el Nuevo Hollywood de la década de 1970. Hace tiempo que es mejor que muchos de los que sigue admirando y citando.

Con una carrera espaciada de sólo 10 películas en todo este tiempo, (lo que es parte de su porte de director), Anderson se consolidó, ya cómodamente, como uno de los grandes directores americanos de la historia. El término "americano", se entiende, refiere a Hollywood y sus periferias.

Ha entregado pruebas suficientes para tanta jerarquía.

Esa evidencia está en esa parábola sobre la redención que es su ópera prima y técnicamente su primera obra maestra Sidney, prostitución y muerte. Está en sus tempranas películas corales y tristonas como solo Los Ángeles sabe ser tristona, Magnolia y Boogie Nights. En épicas políticas como Petróleo sangriento o The Master. Y en esa maravillosa combinación de Wyler y Buñuel que es El hilo fantasma, el romance de cámara con Adam Sandler que es Embriagado de amor y la nostalgia pop de Licorice Pizza.

En la lista habría que incluir una sobre la que hay menos unanimidad, la psicodélica Vicio propio, su adaptación del hippie noir de Thomas Pynchon, que no estaba nada mal y lo mostraba al director un poco más distendido.

(Al mencionar sus puntos más destacados se termina citando a toda su filmografía; hay que sumarle sus videos musicales para Haim, Radiohead y hasta proyectos experimentales como Anima que está en Netflix y es un video danza en colaboración con Thom Yorke.)

Con todo eso, Anderson ha construido una estructura sólida que incluye modismos distintivos: un gusto por lo coral, un humanismo nihilista, paisajes de pantalla de cine fotografiados por algunos de los más importantes artistas del rubro, puestas de escenas esmeradas y grandes actores: lo que hicieron con él Joaquin Phoenix, Philip Seymour Hoffman o Daniel Day Lewis es de lo mejor de sus carreras.

Una parte importante de su forma es, también, su asociación con Jonny Greenwood, una de las grandes duplas de compositor y director a la altura de la de Claire Denis y Tindersticks, por solo mencionar otro ejemplo rockero; Greenwood es el guitarrista de Radiohead y estuvo nominado al Oscar por la partitura de El hilo fantasma.

Esos antecedentes han hecho que el estreno de la nueva de Anderson, Una batalla tras otra, sea recibido como un evento, un acontecimiento. Llega hoy a los cines uruguayos en simultáneo con todo el mundo.

Es su primera película desde Licorice Pizza, que fue en 2021 y es entrañable, pero menor en el recuerdo.

Desde que se anunció su producción, Una batalla tras otra ha tenido esas expectativas, además de presentarse como un regreso a su anterior forma del director. Y tiene a Leonardo DiCaprio en un papel de Oscar.

Es, además, su nueva adaptación de una novela de Pynchon, el esquivo autor en el que Anderson parece haber encontrado un alma gemela. Es un paso arriesgado ya que, como se decía por acá, no todo el mundo pensó que era una asociación que hubiera funcionado.

Una batalla tras otra es una adaptación libre de Vineland, la novela de Pynchon que se publicó en 1990 y que una generación de uruguayos leímos en la edición de Tusquets que tenía una familia de hippies en la portada.

https://www.youtube.com/watch?v=xZA8iC3sx6w
Pynchon, de quien nadie conoce su identidad o su rostro (las solapas de aquellos libros de Tusquets tenían una foto en blanco sobre su biografía), tiene una mirada crítica y sarcástica sobre su país y su generación. Yendo a una definición de enciclopedia (la Británica, para el caso), sus "obras combinan humor negro y fantasía para retratar la alienación humana en el caos de la sociedad moderna".

Su estilo ha sido definido como posmoderno (combina erudición, sátira y cultura popular) y fragmentado. Requiere entiendo desde mi experiencia personal paciencia y perseverancia para entrar en el juego. Puede resultar fascinante y a la vez engorroso.

En todo caso, sus libros están llenos de paranoia, conspiración, control social, tecnología, lo que desemboca en un mundo caótico que, en general, los personajes superan con ayuda de alguna sustancia psicoactiva.

Todo eso está en Una batalla tras otra. La historia es tan difícil de explicar como cualquier Pynchon, pero se sitúa en California (su escenario típico) en tiempos, se ha dicho, de la salida de Obama y la llegada de Trump la Casa Blanca. Pynchon la ubicaba en los 80 de Reagan.


Gira alrededor de Bob (DiCaprio), antiguo miembro de la organización terrorista Francia 75, de la que es una célula dormida y menor. Está un poco paranoico, mientras se encarga de su hija (Willa, la debutante Chase Infiniti), después deque la madre (Perfidia, Teyana Taylor) se haya dado a la fuga. La nena salió un poco a la madre. Los nombres son graciosos.

Tras ellos anda un coronel que interpreta un Sean Penn creativo, quien parece tener una agenda personal en perseguir a Bob. Y en que nadie se entere de algunas de sus debilidades.

Alrededor de eso y sus múltiples ramificaciones giran un montón de personajes secundarios (el sensei que intepreta Benicio del Toro, por ejemplo) y organizaciones secretas peligrosas y ridículas. Es, como se solía decir, un viaje.

Conviene no revelar mucho, porque la propia historia se va desplegando a un ritmo acelerado que estaba en Pynchon, pero que Anderson potencia. Una batalla tras otra es una comedia política de acción. Ayuda mucho la música de Greenwood y una playlist ocurrente.



Algunas referencias aplican a cambios de paradigma coyunturales. Transcurre en un Estados Unidos distópicamente fascista, con campo de refugiados para inmigrantes y una elite corporativa y sectaria que obliga a estos guerrilleros contraculturales convertidos en señores grandes a volver a la batalla. La idea de la rebelión imposible es central en Pynchon.

La película ha sido saludada como "una gran obra maestra americana", un elogio que la cabe a varias películas de Anderson, pero que hace tiempo no conseguía. Se la menciona, para el Oscar, claro, un reconocimiento para el que el director ha estado nominado 11 veces sin mucho éxito.

Quizás con una fábula psicodélica y con la coyuntura a favor esta vez le toque.
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