Lunes, 06 de Octubre de 2025

La paradoja de la tolerancia

UruguayEl País, Uruguay 5 de octubre de 2025

No nos pueden imponer falacias. No es legítimo que pretendan educar a nuestros hijos en cualquier dislate.

Karl Popper en su obra La sociedad abierta y sus enemigos, sostuvo que "la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia" reafirmando el derecho de los liberales a "no tolerar la intolerancia".

Quienes entendemos que Occidente, la civilización fundada y desarrollada sobre valores judeo - cristianos, que, con influencia greco - romana, y una importante impronta teológica - filosófica es la que se ha dado el mejor modelo de convivencia rescatando fundamentalmente el concepto de dignidad humana, tenemos que estar dispuestos a dar esa batalla.

El esquema de principios de nuestra civilización está bajo ataque. Desde dentro y fuera de ella.

Y hace tiempo que la realidad nos muestra que la contienda no solo es dialéctica.

Los discursos de odio y el fanatismo ya no son lo que eran, sino que también se enfocan fundamentalmente contra el que piensa distinto o es diferente, según los estereotipos predominantes en algunas culturas y subculturas políticas. No seguir a la manada se paga caro.

La chica ucraniana asesinada en un tren en Estados Unidos no cometió otro pecado que ser rubia. Charlie Kirk no era violento, siempre supo poner su otra mejilla para defender pacíficamente sus convicciones. Las pateras que llegan llenas de inmigrantes a Europa estiran los límites del asilo, del refugio, y del derecho humanitario. Religiones extrañas a nuestro ser atentan contra las raíces históricas del viejo continente mientras los líderes compiten una carrera de ingenua tolerancia hacia quienes pretenden destruir el espacio de seguridad y bienestar que con tanto esfuerzo se construyó. Miles de europeos que viven amedrentados por lo políticamente correcto dan muestra de como a veces la libertad se pierde de a poco y mediante formas muy sutiles.

¿Qué nos queda entonces? ¿Cómo nos defenderemos del avance woke, del marxismo, y de aquellos fundamentalistas que quieren arrasar nuestro estilo de vida para imponernos otros modelos de creencias que si o si definen también la forma de gobernar?

¿Es todo esto imparable?

Yo quiero una sociedad libre. Una donde mi vecino pueda no creer en nada, yo creer en Jesús Resucitado, y convivir pacíficamente.

No quiero que nadie me juzgue por no compartir las preferencias de vida de otros, y no juzgar a estos por las mismas.

Son principios básicos del respeto a la dignidad del hombre, valorar su libertad.

Ahora los liberales no podemos ser tan pánfilos.

Abortar es matar. Aplicar la eutanasia es matar. Basta de eufemismos. El sexo no se puede elegir, se nace con uno u otro. Yo no quiero que a los niños se los eduque enseñándoles mentiras de ingeniera social. El cambio climático admite discusión. La intervención del Estado en nuestras vidas puede y debe ser objeto de debate. No necesito que el Estado me diga que hacer. No todos los de izquierdas son malos, pero tampoco los de derechas. No todo en la vida es accesorio o relativo, hay cuestiones principales, no negociables. ¿Qué grado de imbecilidad hay que tener para creer que el mundo funciona en clave de bandos donde cada uno se adjudica la máxima autoridad moral?

No vale una democracia donde unos pretendan anular a otros.

Increíblemente, en pleno siglo veintiuno parece que para allí vamos. Hacia un dialogo de sordos, donde cada vez más la violencia es protagonista, siempre contra el disidente conservador.

Solo vale aquella democracia donde los diferentes somos capaces de escucharnos con respeto. Donde todos comulgamos en que el odio y la violencia son condenables vengan de donde vengan.

Charlie Kirk no es más que otro eslabón de la cadena de mártires, tal como fueron Martin Luther King y los hermanos Kennedy.

Los occidentales que aún consideramos válido el histórico modelo de convivencia basado en los valores del cristianismo tenemos que estar atentos.

Las claras señales que recibimos dicen que vienen por nosotros, a destruir todo aquello en lo que creemos.

Vienen por el sentido de trascendencia, vienen por nuestra patria, por la institucionalidad, por la familia, por la libertad, y por la vida.

Nuestra obligación ética y moral es la de ser tolerantes, la de defender el diálogo, la de priorizar el entendimiento.

Pero todo tiene un límite.

No nos pueden imponer falacias. No es legítimo que pretendan educar a nuestros hijos en cualquier dislate. Tenemos derecho a vivir en nuestra patria con seguridad. Tenemos derecho a frenar cualquier invasión silenciosa que altere nuestro estatus quo y que pueda modificar nuestra vida o la de nuestra descendencia.

No hay por que bancarlo todo.

Como decía Popper los liberales tenemos derecho a ser intolerantes con la intolerancia.

Ser de izquierdas no es patente para anular a nadie, per se eso no significa superioridad moral o ética de ninguna clase.

El resto no podemos vivir como ovejas mansas.

No está bien emular los discursos de la izquierda. No está bien asimilar sus postulados.

Lo que está bien está bien, y lo que no merece ser debatido.

Con el adversario se discute, se razona, se convence, o se aceptan sus ideas.

Con el enemigo, aquel que viene a destruir, aquel que no es adversario, sino agente aniquilador, de poco servirá el diálogo.

Más vale que lo entendamos.
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