El misil noruego
Mientras el mundo andaba pendiente de si el Nobel de la Paz se lo darían a Donald Trump por sus esfuerzos por el cese del fuego en Gaza, los noruegos prefirieron dárselo a María Corina Machado, la valerosa líder de la oposición venezolana
Mientras el mundo andaba pendiente de si el Nobel de la Paz se lo darían a Donald Trump por sus esfuerzos por el cese del fuego en Gaza, los noruegos prefirieron dárselo a María Corina Machado, la valerosa líder de la oposición venezolana. El coraje de Machado, que vive amenazada, es indiscutible. Como también su sagacidad. El año pasado, a fin de exponer el monumental fraude que preparaba el gobierno de Nicolás Maduro, organizó una operación comunitaria de verificación electoral con cientos de miles de colaboradores, que digitalizaron las actas de votación y las subieron a la nube, lejos de las garras del régimen. Con esa evidencia se logró demostrar el robo de las elecciones. Si a alguien le quedaban dudas acerca de la ilegitimidad del madurismo, a partir de ese momento quedaron disipadas. Los detractores de Trump han presentado la noticia como una derrota del estadounidense. Pero no es tan evidente. Puesto que se trata de una bofetada al chavismo, el premio valida la presión política, jurídica y militar que la Casa Blanca está ejerciendo para hacer tambalear a Maduro. El destacamento naval en el Caribe, que se ha descrito principalmente como una operación antinarcóticos -con una que otra pincelada de retórica de lucha por la libertad- ahora podría enmarcarse en una narrativa de defensa de la democracia. Punto para Trump. Al mismo tiempo, sin embargo, el Nobel le impone límites a esa narrativa. Si Trump y su gobierno quieren pegarse a la causa de Machado y beneficiarse del prestigio internacional que hoy arropa a la venezolana, tendrán que actuar dentro de los cauces democráticos y antibelicistas que son valores constitutivos del premio. El Nobel avala la lucha por la democracia en Venezuela, pero solo si ese objetivo no resulta en una escalada de violencia. Es cierto que está de moda pasarse por la faja los límites éticos que impone el derecho internacional, pero si Trump quiere aspirar al premio el año entrante (y si lo de Gaza sale medianamente bien, no se le podría criticar la aspiración), el mandatario tiene un incentivo personal para evitar un baño de sangre en Caracas. Así que no, el Nobel no es una derrota para Trump. Los derrotados son, por supuesto, Maduro y sus secuaces, así como sus validadores en el extranjero, como los españoles José Luis Rodríguez Zapatero y Pablo Iglesias. A este último, que tiene un programa de televisión que retransmite RTVC, le dolió tanto el anuncio que lo comparó con haberle dado el premio a Hitler. Quizá la obsesión con el Führer se le pegó por su cercanía con el gobierno del presidente Petro, quien, por supuesto, es otro derrotado de la semana. No supo distanciarse a tiempo ni con firmeza de la satrapía madurista, y quedó con ambos pies del lado equivocado de la historia. A Petro le gusta compararse con Bolívar, pero ¿quién se parece más a Bolívar, Machado, que lucha contra el tirano, o Petro, que se alía con él? Recuerdo cuando Chávez quiso ofender a María Corina en un famoso intercambio de 2012. "Águila no caza moscas", le dijo, soberbio. Hoy, Chávez está muerto y desprestigiado; su nombre es sinónimo de éxodo, ruina, enfermedad, miseria, desnutrición. No fue águila, sino gallinazo. Y Machado, según la simbología aviar de rigor, paloma. Es cierto: un Nobel no va a cambiar el mundo. Y menos el de Paz, cuyos descaches son legendarios: ¿alguien ha entendido por qué se lo dieron a Obama? Pero en el contexto de la política latinoamericana y de la presión de EE. UU. sobre Venezuela, podría ser el empujón necesario para poner en marcha un efecto dominó que le ponga fin a la noche chavista. Es cómico. Todo este tiempo Maduro andaba asustado de que los furiosos yanquis le mandaran un misil. Y resulta que el primer cimbronazo se lo dio la pacífica Noruega. @tways / tde@thierryw.net
Tubo de ensayo
Thierry Ways
El premio Nobel de la Paz a María Corina Machado le sirve a Trump, pero también le impone límites.