¿Qué podría salir mal?
Muy conocidas son para los uruguayos, por malas razones, las propuestas del nuevo alcalde de Nueva York para abaratar el costo de vida.
Zohran Mamdani, alcalde electo de Nueva York, es un político talentoso. Comunicador eficaz, empático con las preocupaciones reales de la gente común y con una gran capacidad para poner temas relevantes en el centro del debate. Todo eso es cierto. El problema es que, más allá de su encanto personal, la mayoría de sus propuestas son malas ideas. Si se aplican, agravarán los problemas que dicen querer resolver.
Tomemos su plan de congelar los precios de los alquileres. Pocas políticas han sido tan estudiadas y tan consistentemente desacreditadas. Los precios no son una arbitrariedad: son información. Reflejan la interacción de miles de personas. Manipularlos solo conduce a menos oferta y peor calidad de vivienda. En el mejor de los casos, es ingenuo; en el peor, un atajo hacia una crisis más profunda.
Mamdan sí acierta cuando propone construir más viviendas. El corazón del problema en las grandes ciudades del mundo es la rigidez de la oferta. Solo aumentando significativamente la construcción puede aspirarse a una solución sustentable.
Muy conocidas son para los uruguayos, por malas razones, sus propuestas para abaratar el costo de vida. Su idea de crear supermercados públicos parece un calco del "Consejo Nacional de Subsistencias y Contralor de Precios" que vendía productos básicos a precios subsidiados. El resultado fue el esperable: un experimento costoso e ineficiente. La evidencia es abrumadora en favor de otro camino: transferir dinero o bonos a los hogares más vulnerables, permitiéndoles comprar en el mercado regular y focalizando mejor los recursos.
La simpática idea de hacer gratuito el transporte público tampoco resiste mucho análisis. En una ciudad donde incluso los más ricos viajan en metro, el efecto real sería transferir recursos de todos hacia quienes menos lo necesitan, incluyendo ejecutivos del distrito financiero con ingresos de cientos de miles de dólares mensuales.
Su plan de aumentar fuertemente los impuestos a los ricos ignora una realidad básica: a nivel de ciudad, la movilidad del capital y de las personas es enorme. Las grandes fortunas simplemente se mudan hacia jurisdicciones con menor carga tributaria. No habría que descartar una fuga masiva hacia otros estados.
Y eso sin mencionar las ideas más estrafalarias de su pasado reciente: su adhesión al lema "defund the police" y sus declaraciones antisemitas, que debió ocultar antes de lanzar su campaña. Son posiciones tan simplistas como peligrosas, impropias de quien aspira a gobernar una de las ciudades más complejas del planeta.
Hay, sin embargo, una excepción. Su propuesta de cuidados gratuitos para la primera infancia sí merece atención. Criar niños se ha vuelto uno de los mayores desafíos del mundo desarrollado, y existen razones sociales y económicas sólidas para que el Estado ayude más a las familias en esa etapa.
Lo de Mamdani no es un experimento nuevo. La llegada de populistas con soluciones simples a problemas complejos es un clásico, y casi siempre termina igual: mal. O el nuevo alcalde se revela como un político pragmático, e hipócrita, y olvida rápido muchas de sus promesas, o Nueva York vivirá un deterioro como pocas veces ha visto.