La piedra Rosetta de la corrupción
Néstor y Cristina Kirchner durante un acto de campaña, en 2009
En julio de 1799, durante la campaña napoleónica en Egipto, un grupo de soldados franceses encontraron por casualidad la piedra Rosetta, clave para desentrañar los jeroglíficos que abrieron la puerta a la comprensión de los misterios de la civilización egipcia
Néstor y Cristina Kirchner durante un acto de campaña, en 2009
En julio de 1799, durante la campaña napoleónica en Egipto, un grupo de soldados franceses encontraron por casualidad la piedra Rosetta, clave para desentrañar los jeroglíficos que abrieron la puerta a la comprensión de los misterios de la civilización egipcia. En uno de los encuentros que Claudio Bonadio tuvo con Diego Cabot durante el primer semestre de 2018, el juez le dijo al periodista que lo que había llevado a la Justicia era la piedra Rosetta de la corrupción. "Esto sirve para entender de primera mano cómo funcionó el sistema de recolección de fondos del kirchnerismo", agregó.
La analogía tiene sentido. Los cuadernos de Centeno, escritos con letra casi tan abigarrada como los textos de la famosa piedra, eran al principio un verdadero jeroglífico . "¿Qué es esto?", atiné a decir cuando una tarde de febrero de ese año Diego me llamó desde el aula de la maestría en periodismo en la que ambos enseñábamos para mostrarme los cuadernos, que descansaban apilados sobre una mesa. "Abrí uno y leé", invitó. Después de leer algunas entradas al azar, volví a repetir la pregunta, ya con un dejo de incredulidad. Diego me contó cómo habían llegado a sus manos y lo que contenían sus páginas. Ahí terminé de entender: se trataba de la descripción detallada de los primeros kilómetros de la ruta del dinero K. Eran ocho cuadernos. Por la desmesura, parecía inverosímil . "¿Sabés si esto es verdad?", le preguntó el fiscal Carlos Stornelli en abril de 2018, cuando Cabot, con el aval del diario, decidió llevar todo a la Justicia. Para entonces, Diego estaba convencido. Cuando me mostró los cuadernos, esa tarde de verano, solo tenía una hipótesis. Esos cuadernos eran, literalmente, un jeroglífico a descifrar . En esos días, con la colaboración de Candela Ini y Santiago Nasra , entonces alumnos de la maestría, Cabot iniciaba el trabajo periodístico que le permitió desentrañarlo.
Clarividencia, obstinación y coraje. Método y una enorme capacidad de trabajo. Diego puso en juego esos atributos. Sin eso, hoy no habría juicio . Solo el primer cuaderno tenía más de 800 entradas, cada una con fecha, hora, recorrido, kilómetros andados, personajes involucrados, bolsos y montos. Se chequeó todo lo que era posible chequear. La precisión de lo anotado ayudó. Cada vez estaba más claro: el chofer Oscar Centeno no fabulaba, solo se limitaba a tomar nota del incansable acarreo de bolsos llenos de dólares que terminaban en la cabeza de la organización: Néstor y Cristina Kirchner . Aquello era el registro notarial de los actos con los que una asociación ilícita confiscaba el futuro de los argentinos a través del robo sistemático de su riqueza . Cuando hubo prueba suficiente, Diego se citó con algunos de los empresarios de la red de corrupción para confrontarlos con las evidencias. Primero, negaban todo. Después decían que aquello no se podía probar. Algunos, al final, derrotados, se victimizaban y pedían clemencia. Por su buen nombre, por su familia.
Mientras los Kirchner y los suyos perpetraban el saqueo, un oscuro chofer iba escribiendo, sin saberlo, el final de la historia
Aquellas vergonzantes admisiones fueron el antecedente de las confesiones que, ya en sede judicial, hicieron los empresarios arrepentidos para morigerar la pena. Allí reconocen las citas clandestinas y el circuito de coimas montado desde la Casa Rosada . Con eso se cierra el círculo: la investigación de Diego, lo que hoy obra en la causa, es la radiografía de la matriz de saqueo que mantuvo a la Argentina, durante décadas, lejos de toda posibilidad de desarrollarse y en la pobreza más indignante. Una matriz que la voracidad de los Kirchner, bajo el amparo de un poder que imaginaron eterno, llevó más allá de todo límite concebible.
Los empresarios cedieron, pero Cristina Kirchner niega todo. Sabemos que la expresidenta, ya condenada en la causa Vialidad, es capaz de negar la salida del sol a plena luz del día. Todo es una conspiración, sostiene. Lawfare . Por las dudas, el jueves, durante la primera audiencia del juicio oral hecha de modo remoto, decidió no mostrarse y se mantuvo fuera de cámara . Solo asomó el rostro unos segundos y a pedido de los jueces, que querían confirmar que los imputados estuvieran allí. Para estar seguros, bien podrían convocar a los 84 imputados (19 exfuncionarios y 65 empresarios) a poner el cuerpo en audiencias presenciales. Esa foto histórica le haría muy bien a la república.
La historia es insólita. Si te la cuentan, no la creés. Pero ahí están la prueba y las confesiones. Lo más extraordinario es que mientras los Kirchner y sus secuaces perpetraban el latrocinio durante el pico de su impunidad, un oscuro chofer munido solo de papel y birome iba escribiendo, paciente y metódicamente, sin saberlo, el final de la historia. Un simple chofer pudo lo que no pudieron ni los organismos oficiales de control ni jueces con pies de plomo que casi siempre llegan tarde o se inclinan hacia el lado equivocado. Un chofer y un periodista que se jugó entero .
Ahora llegó el turno de la Justicia. Esperemos que los magistrados del tribunal honren su cargo y el trabajo de Cabot, que hace más de siete años -una eternidad- llegó a Comodoro Py con la prueba servida en bandeja. Aplazó la primicia del siglo, y la consiguiente gloria periodística, para habilitar el juicio de corrupción más grande de nuestra historia. Hay algo fundamental en ese gesto . Supone una generosa cuota de confianza en las instituciones. Sin ella estaríamos perdidos y solo quedaría el regreso a la ley de la selva. Ojalá que la Justicia, por el bien de todos, no lo defraude.