Mamarracho
Cinco años son mucho tiempo para aferrarse a la misma cantinela del talante dialoguista. Al poder se llega para hacer, no para sonreír, matear y dudar.
El gobierno más pacato en cuatro décadas no enamora a nadie. Tampoco despierta grandes odios. Genera algo más riesgoso: la indiferencia.
Tras 8 meses, el desgaste de la imagen presidencial (no la personal) de Yamandú Orsi no se explica solo por falta de ambición, sino también por una comunicación mediocre. Es un vicio que aqueja a toda la política uruguaya, reacia a profesionalizar un área esencial. ¿Cómo sostenerse solo a fuerza de no antagonizar? Está por verse. Cinco años son mucho tiempo para aferrarse a la misma cantinela del talante dialoguista y la simpatía como principales activos. Al poder se llega para hacer, no para sonreír, matear y dudar.
Con un calendario que se apaga en unas semanas y se retoma en marzo, no es descabellado que el gobierno cumpla un año sin logros concretos y significativos que exhibir. Eso ya empieza a incomodar a las huestes frenteamplistas. El oficialismo no necesita más excusas ni adjetivos. Precisa un verbo. Y si el plan es gobernar por omisión, al menos convendría admitirlo en la interna y hacer algo en voz alta. Hasta los votantes de Orsi contienen la respiración cada vez que abre la boca. Si le sumamos la vocería fragmentada, la sensación de que Alejandro Sánchez y Jorge Díaz son los titiriteros de Torre Ejecutiva no es antojadiza ni sorprende, pero sí preocupa.
Una señal es que los distintos portavoces del FA insistan en que el presidente es quien decide, manda y resuelve. ¿Para qué enfatizar lo que debería ser obvio? Dime de qué presumes y te diré de qué adoleces. Que haya que recordar quién manda ya es, en sí mismo, una alarma. Cada vez que lo aclaran, confiesan que no se nota.
La política demanda convicción y se expresa mejor con vehemencia educada que con timidez desmesurada. El problema es que, para recuperar el poder, se pergeñó una estrategia para camuflar la verdadera naturaleza del gobierno. Esa incomodidad dificulta la coherencia del mensaje. En parte se vio en las groseras idas y vueltas discursivas sobre el oscuro caso Cardama.
Al pararrayos sensato de este gobierno (Oddone) lo corrigen cada vez que dice lo que se espera de alguien con los patitos en fila. En el peronismo, las voces cuerdas que quedan (¿quedan?) piden un Astori argentino para mostrar disciplina fiscal; por acá, algunos se ilusionan con la veta Sturzenegger light que, por momentos, muestra Oddone. Como en este país cuesta menos parir un ternero que desatar una vaca, nada indica que tenga éxito en ese frente.
La oposición, mientras tanto, encontró en la intempestiva reaparición de Lacalle un mimo para los huérfanos de liderazgo. La falta de renovación será un problema difícil de resolver. No los ayuda que canten apocalipsis día por medio. Exagerar es regalarle excusas al oficialismo.
La obstinación del gobierno en mantener como presidente de ASSE al médico personal de Orsi roza lo impensable. La conferencia del jueves -sin preguntas, claro- fue un ejercicio de cinismo para justificar lo injustificable: reescribieron los hechos para vender una realidad paralela. La Jutep siempre fue y será un chiste, así que nada debemos esperar, pero la ministra de Salud tenía buena reputación. Desde esta semana, ya no.
¿Para qué inmolarse por alguien que no fue defendido por nadie, salvo por políticos de su propio partido, durante meses de controversia? ¿Para qué sostener a alguien cuestionado desde hace años -incluso entre los propios médicos de izquierda- por parecer capaz de estar en dos lugares a la vez? Lo único que tenía que hacer Álvaro Danza era casarse con la función pública. Ahora que lo descubrieron, promete fidelidad y reduce el número de amantes. El gesto es tardío. Además, huele a culpa y a perfume ajeno.
Existen en la política -ese oficio donde innovar es herejía y la crueldad, la norma- personajes poco aptos para los cargos que ocupan y hacen lo imposible por zafar de situaciones incómodas o absurdas. No suele haber, salvo excepciones, correlación entre la agudeza política y la capacidad intelectual. ¿Qué persona 100% cuerda querría estar en política hoy?
El siempre desatinado Fernando Pereira dijo, en una entrevista sobre el caso Danza, que si la oposición no podía asumir que había perdido las elecciones, tendría que hacer terapia y, en la misma frase (!), señaló que la mayoría de los presos políticos de este país fueron frenteamplistas. ¿Ven lo que decía sobre la ridiculez? La chatura política en este país se volvió costumbre, y mientras sigamos creyendo que eso no tiene consecuencias, cuesta encontrar argumentos para el optimismo.
Uruguay no es una isla, por más que a veces lo parezca. Las corrientes de la región y del mundo terminarán llegando. En algún momento, más que izquierda o derecha, va a pesar la impotencia. El mantra de la moderación y la estabilidad tiene sus límites y se mueve con comodidad en la superficie. Por debajo avanza, en silencio, una mezcla de ansiedad y cansancio que aguarda una oferta política capaz de canalizar mejor la frustración.
Este país aprendió a conjugar el conflicto en voz baja y, aunque nos creamos inmunes al caos, no lo somos.