Amor y deber
Actuar por amor o actuar por deber son más complementarios de lo que parece a simple vista
Actuar por amor o actuar por deber son más complementarios de lo que parece a simple vista. Aunque se puede cumplir el deber sin necesariamente amar, no se puede amar sin responsabilidad, sin cumplir con una determinada obligación. Por lo mismo, ningún genuino amor está desvinculado de un cierto compromiso y, por ello, me atrevo a sostener que el amor es la gratuidad convertida en deber.
El lazo afectivo implica, por tanto, una ética, una forma de comportarse que también honra la justicia, si bien la sobrenaturaliza por medio de la caridad (y que va más allá de lo meramente debido). En tal sentido, el amor es la plenitud de una justicia acompañada de misericordia y de una sobreabundancia que apunta al bien del otro y no a su capricho, y que apela a un sentido moral del que lleva a cabo la acción. Nadie ama al prójimo sin querer su bien, pues el amor y el mal son incompatibles.
Una de las maneras de ejercer la caridad es gobernando la conducta por la inteligencia más que por el puro sentimiento. Amar no es el imperio del corazón al margen de la razón, sino que responde a una vida guiada por una conciencia que busca en todo el bien de todos, sin deshonrar la virtud ni la requerida rectitud de intención.