Revolucionar la educación
Tres de cada cuatro empleadores sostienen que el sector privado debería tener un rol mucho más activo en la educación.
Uruguay lleva años aceptando malos resultados educativos con una tranquilidad difícil de explicar. Cuando un fracaso se vuelve tan persistente y estructural, los ajustes menores pierden sentido. Hace falta otra escala, otra ambición. Hace falta una revolución.
En Uruguay, apenas el 53% de los jóvenes logra completar secundaria. La cifra queda por debajo de Argentina (64%) y Brasil (74%), y a una distancia considerable del promedio de los países avanzados (86% en la OCDE). El rezago no tiene mayor misterio: es el resultado de un abandono de cursos, casi racional, alimentado por planes de estudio rígidos y por una desconexión entre aulas y el mercado laboral.
Más del 70% de quienes dejan la secundaria lo hacen por desinterés o por necesidad laboral. El mensaje es inequívoco: el sistema educativo está desconectado de la vida real de los jóvenes. Integrarlo de forma más estrecha con el mundo del trabajo ya no debería ser una opción, sino una urgencia.
En este contexto, la formación dual ofrece un camino que funciona. Su lógica es simple; combinar estudio con práctica laboral remunerada dentro del sistema formal. Cuando un estudiante reparte su tiempo entre el aula y un entorno de trabajo real, gana experiencia, oportunidades y una motivación que la teoría por sí sola casi nunca logra despertar. El trabajo deja de ser un destino futuro y pasa a ser parte del aprendizaje. El centro educativo y empresa comparten responsabilidades de verdad: planifican, ejecutan y evalúan juntos. Los programas se ajustan al mercado, con capacidad de adaptarse a distintos sectores y realidades. No se trata solo de preparar para conseguir un empleo, sino de entender cómo funciona el mundo al que los jóvenes deberán integrarse.
De la mano de UTU, UTEC y de Inefop, Uruguay tiene experiencias puntuales en bachilleratos, educación terciaria y capacitaciones duales que muestran excelentes resultados. La evidencia internacional también habla fuerte: en países como Suiza y Alemania, donde más de la mitad de los jóvenes estudia bajo este modelo, la formación dual mejora de forma sostenida la empleabilidad y eleva la calidad del capital humano.
El modelo solo funciona si las empresas se comprometen: son ellas las que ofrecen plazas de aprendizaje y ayudan a definir las habilidades que el mercado realmente necesita. Pero ese compromiso no surge solo. Requiere información, apoyo y un acompañamiento constante. En Uruguay, tres de cada cuatro empleadores sostienen que el sector privado debería tener un rol mucho más activo en la educación, aunque apenas un 27% dice saber qué es la formación dual. Es un desajuste que invita a actuar, y rápido. Con ese punto de partida, en CERES decidimos estudiar a fondo la formación dual. Revisamos los datos disponibles y, con estimaciones prudentes basadas en lo que opinan estudiantes y empresas dispuestas a recibir aprendices, encontramos una oportunidad real. Un vínculo formal entre la educación con el trabajo permitiría sumar unos 3.500 egresos adicionales por generación de secundaria, con la posibilidad de avanzar hacia la educación terciaria. Un avance concreto, alcanzable y con posibilidad de ser aún mucho mayor.
Con ese impulso organizamos un encuentro abierto con quienes realmente pueden mover la aguja. La respuesta no dejó espacio para dudas. ANEP, UTEC, Inefop, la Confederación de Cámaras Empresariales y la Cámara Nacional de Comercio y Servicios coincidieron en que este es el camino. Un acuerdo amplio, que muestra la oportunidad que tenemos.
Para que la formación dual crezca en serio, las empresas necesitan incentivos claros y una burocracia que facilite, no que complique. Uruguay ya dio algunos pasos: la Ley 19.973 ofrece subsidios importantes para el salario del aprendiz y del tutor, y el régimen de Promoción de Inversiones agrega exoneraciones tributarias a quienes incorporen aprendices. Son apoyos relevantes, pero aún insuficientes para producir el salto que el país necesita.
Para avanzar de verdad, los incentivos vigentes no alcanzan: se requiere ir bastante más lejos. El primer paso es aflojar el nudo burocrático: trámites simples, rápidos y previsibles. Luego, actualizar el marco legal para incluir a actores clave que hoy quedan fuera, como la construcción y las empresas públicas. Para las micro y pequeñas empresas se necesitan alternativas flexibles: tutores externos o prácticas compartidas. Conviene además sumar bonificaciones vinculadas al avance de los aprendices y apoyos específicos para jóvenes de contextos vulnerables. La formación dual ya tendría que estar presente en la negociación de los Consejos de Salarios como una herramienta estratégica.
El reconocimiento público también juega un rol. Certificaciones visibles y premios a las empresas que se comprometen ayudan a crear cultura. Todo esto necesita un sistema formal que dé garantías. Un marco que certifique lo aprendido y fije con claridad derechos, obligaciones y responsabilidades, para que la práctica tenga un valor real y sea reconocida como una credencial.
Avanzar por este camino es, en realidad, abrazar una revolución. Significa aceptar que el sector privado marque parte del rumbo educativo, un giro que desarma viejos reflejos y obliga a derribar mitos. La transformación pasa por abandonar la idea de que enseñar es un monopolio docente. Los trabajadores que asumen tutorías aportan una mirada práctica que complementa y eleva a la del docente en el aula.
Los beneficios potenciales hablan por sí solos. Para los jóvenes, significa motivación auténtica, experiencia relevante y mejores perspectivas laborales. Para las empresas, implica acceder a talento formado según sus necesidades y a equipos que funcionan con mayor eficacia. Y para el país, representa capital humano más calificado y productivo para sostener el desarrollo.
A ello se suma un dato revelador: ocho de cada diez legisladores admiten que el sistema educativo no prepara a los jóvenes para insertarse en el mercado laboral. ¿Qué falta, entonces? Ejecutar lo evidente. Hacer, y mantener el impulso. Avanzar con la determinación necesaria para sortear las resistencias habituales: las del "no se puede" y las todavía más dañinas del "siempre se hizo así".