Tras el sacudón
Un espíritu políticamente liberal ha sido un ingrediente de todas las democracias modernas que merezcan el nombre de tal.
Las derechas obtuvieron en su conjunto un triunfo resonante en el atardecer del 16 recién pasado, junto a severas limitaciones y un portazo no fatal en las narices para aquel sector que se empezó a conformar en 1983. Una nueva derecha más integrista (los adjetivos pueden ser debatidos) parece en alza y, además, con gran probabilidad se impondrá en la elección presidencial, con José Antonio Kast.
Una mosca en la sopa. Como soy superviviente de la campaña de 1970, estoy muy consciente que de un momento a otro las sonrisas se truecan en rictus de amargura y desesperación. El votante en este cuarto de siglo del XXI ha llegado a ser más maleable, y si bien la polaridad derecha-izquierda todavía tiene sentido, no se trata de bloques irreductibles pero sí sometidos a oscilaciones. Lo mismo ha sucedido en Brasil y Argentina, donde las polaridades poseen un carácter algo diferente al caso chileno, pero idéntico en cuanto al vaivén en cada elección presidencial. "La derecha fue barrida para siempre"; "la izquierda es algo del pasado". ¿Cuántas veces mi generación ha escuchado estas letanías? Si gana Kast, ¿será sucedido el 2031 por un candidato del Frente Amplio o del comunismo, o algo así? En izquierdas y derechas se inició un debate sobre las razones de la derrota o victoria relativa. Por ahora, más profunda y dolorosa es en la derecha clásica y parece ser un punto de inflexión de este sector que emergió hace más de 40 años, siendo su colapso relativo bastante menos grave por ahora que el de ese día amargo de marzo de 1965, cuando casi desaparece como actor político. Ahora se especula que desaparecería su componente liberal, arrinconado por lo identitario y la crisis de seguridad. Hay que clarificar algunas ideas.
Un espíritu políticamente liberal ha sido un ingrediente de todas las democracias modernas que merezcan el nombre de tal. No se agotan en este espíritu pero no puede estar ausente de manera casi imperceptible pero real. Es lo que explica que las dos fórmulas más exitosas de estas democracias que apreciamos como modelo han sido dos tipos de síntesis: la liberal-conservadora y la liberal-socialdemócrata. Ninguna de ellas puede olvidar lo que no es central a su razón de ser. En el caso de la primera, que la legitimidad de la sociedad moderna radica en una tendencia, al menos en algunos ámbitos esenciales, de una creciente igualdad; en el segundo caso, que con un país no se puede experimentar indefinidamente, que no todo lo del pasado es una lacra, que las instituciones constituyen un marco a veces irrenunciable en letra y espíritu; en suma, que no se puede ni debe deconstruir toda institución y uso social y moral. Si gana José Antonio Kast, podría orientar su gestión en este sentido, creando un polo que perdure en el tiempo.
Ambas fórmulas recordarán que la libertad en sí misma no es un valor absoluto, sino que debe conjugarse con otras finalidades. Dos grandes pensadores del siglo XX, eximios liberales, Isaiah Berlin y Raymond Aron, repitieron un antiguo dicho, que "la libertad del pez grande es la muerte del pez chico". Se trata de la complejidad insuperable de la sociedad y de la naturaleza humana.
No se pide que los políticos sean cientistas sociales, pero sí que exista una claridad de ideas aunadas a la flexibilidad por la inevitable evolución de ideas y sentimientos. No porque sea crea en el cambio en sí mismo, puesto que valoraciones culturales que se creían sepultadas por el "progreso" pueden revivir, a veces muy justamente. El problema es que muchas de estas causas encomiables y necesarias caen en manos de la mala gente que las manipula y exacerba en accesos de irracionalidad nihilista.