Siempre con las dictaduras
Nos hemos despertado con un Montevideo empapelado con las banderas de Venezuela y Palestina. O sea, la dictadura de Maduro y la de Hamás.
La llamada izquierda, desde la Revolución Francesa, cuando nace el concepto, ha adolecido de un serio problema con la libertad. El marxismo, en su utopía, se olvidó de la libertad porque el pasaje por la llamada dictadura del proletariado se hizo eterno y Lenin y Stalin construyeron un auténtico totalitarismo.
Si hay un fracaso, es el de esa concepción de la sociedad. Desde Rusia hasta Yugoslavia, no hubo modo de lograr un sistema que funcionara. Fracasó la economía y fracasó la política, porque la dictadura del pensamiento y el desincentivo personal de la economía colectivista hicieron inviable acompasar el cambio de los tiempos. La pérdida de la iniciativa individual, la abolición de la propiedad privada y el monopolio oficial de la comunicación condujeron al empobrecimiento colectivo. Después de la caída del Muro de Berlín en 1989 y el desmembramiento de la URSS, se llegó al punto final. La triste agonía del pueblo cubano es el último testimonio de esa monumental hecatombe.
Pese a todo esto, el marxismo, transformado en dogma y bajo otros nombres, sin embargo, sigue aleteando.
Basta que aparezcan los EE. UU. para que sus cofrades se insuflen de ánimo y salgan a defender a quien sea, porque basta que sea amigo del monstruo imperialista para ser su enemigo. Al mismo tiempo, alcanza con que se levante una causa humanitaria para que se trepen, la maximicen, la tergiversen y terminen llevándola a ese clima autoritario que les es consustancial. Es el caso del feminismo, a veces del ambiente o de las políticas de género, todas postulaciones válidas a las que contaminan de exclusivismos dogmáticos.
Estos días nos hemos despertado con un Montevideo empapelado, al modo de la vieja pegatina de los pasquines impresos en diarios. En este caso, con las banderas de Venezuela y Palestina. O sea, la dictadura de Maduro y la dictadura de Hamás. Eso es lo que están defendiendo, eso es lo que levantan como emblema. No son los pueblos sometidos, sino sus gobiernos, sus regímenes, sus dictadores.
En el caso de Venezuela, las medidas de Trump alientan el ánimo de los militantes para olvidarse de la farsa electoral y de la persecución a los opositores. Algunas podrán ser discutibles, pero está claro que, si no hay sanciones, si no se acosa al régimen, no va a cambiar nada. Esa es la experiencia.
Suele preguntársenos, en tono de crítica, por qué reclamamos a Venezuela por la democracia y después comerciamos con China, asociada al país en muchos aspectos.
Muy sencillo: China no nos debe nada, porque no firmó la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos ni ninguno de los compromisos que sí firmó Venezuela y cuyo cumplimiento tenemos derecho a reclamar. Por supuesto, no apoyaríamos una invasión militar, pero sí todo aquello que lleve al régimen a la asfixia y lo obligue a pactar.
Está bien cortar el flujo petrolero, como no está bien, en cambio, que Europa anuncie drásticas medidas y después termine negociando con la Rusia invasora. O que EE. UU. aplique aranceles a todo el mundo por comerciar con China y ellos hagan el gran negocio de la soja con el rival.
El caso de Hamás es también expresivo. Ya no hay más conflicto árabe-israelí. Los Estados árabes están en el Pacto de Abraham o a punto de estar. El desafío es hoy exclusivamente el del terrorismo de Hamás, intentando desestabilizar Israel, reclamando incluso su exterminio.
La agresión del 7 de octubre de 2023, que desencadenó todo este desastre, luce como olvidada, pese a su crueldad. Hamás no intentaba destruir al ejército israelí, con el que sabe que no podrá, pero sí desprestigiar al país, mostrarlo como agresor, mientras fríamente iba entregando rehenes -o cadáveres de rehenes- en cuenta gotas. Ahí sí funcionó el empeño de Trump y se ha ido logrando una tregua que esperamos se consolide como un tiempo de normalidad. Se ha pagado un alto precio en vidas y destrucción.
Está claro que con Hamás no hay futuro. O se desarman o es imposible imaginar una vida de paz y mucho menos de libertad.
Una dictadura y una organización terrorista. Esto es lo que defienden quienes se consideran depositarios de la llama sagrada de la izquierda, cuando no están defendiendo ni la justicia ni la libertad.
Las feministas que agitan banderas de Hamás, ¿han pensado lo que sería su vida de subordinación y esclavitud bajo la autoridad de quienes ellas defienden? Los socialistas uruguayos, que en nombre del antiyanquismo levantan la bandera de Venezuela, ¿saben que en Venezuela estarían presos?
A veces cuesta entender. Pero hay que asumir que es así: que hay gente que todavía está dispuesta a sacrificar la libertad en nombre de un antiyanquismo primitivo o de un terrorismo antisemita. Y siempre, puño en alto, defendiendo a las dictaduras. Porque, si son de izquierda, no son dictaduras., parafraseando a un célebre filósofo del pensamiento "progre" uruguayo.