Witkoff, ¿estratega?
Con cero experiencia diplomática, Steve Witkoff tiene la confianza total de Donald Trump para realizar sus delicados encargos, que no son pocos: resolver las guerras de Ucrania y Gaza, y sellar un acuerdo nuclear con Irán
Con cero experiencia diplomática, Steve Witkoff tiene la confianza total de Donald Trump para realizar sus delicados encargos, que no son pocos: resolver las guerras de Ucrania y Gaza, y sellar un acuerdo nuclear con Irán. Tres entuertos complicados que requieren, más que voluntad para solucionarlos, una visión geopolítica y estratégica que tome en cuenta las vicisitudes del mundo actual. Son comprensibles, entonces, las dudas que surgen sobre su capacidad para manejar simultáneamente asuntos tan sensibles y el temor por los efectos internacionales que un fracaso puede generar. En el caso de Ucrania, se añade la suspicacia por su cercanía con la posición de Vladimir Putin con respecto a Crimea y las otras regiones capturadas por los rusos.
"Me cayó bien, creo que fue sincero. No considero que Putin sea un villano", le dijo a Tucker Carlson en una larga e inusual entrevista a la vuelta de una segunda reunión, en el Kremlin. Dado el largo historial de desengaños por las promesas incumplidas de Putin, su percepción parece ingenua, y es arriesgada para enfrentar conversaciones que involucran el futuro no solo de Ucrania, sino de Europa. Pero creo que es exagerado lo que dicen algunos críticos de Witkoff, sobre su total ignorancia de la historia y de las relaciones internacionales. Es seguro que sabe más de lo que mostró en esa conversación con el periodista fan de Trump, e incluso puede tener una visión más amplia sobre su papel en el proceso de paz que la de ser el artífice de un acuerdo para terminar el conflicto en beneficio de los negocios de ambos países.
Si algo sabe el empresario inmobiliario es cerrar negocios, pero lo que está en juego aquí es mucho más que eventuales transacciones comerciales. Se trata del principio de que los límites de un Estado soberano no se cambian como consecuencia de una agresión. Si bien Crimea perteneció a Rusia desde 1783, Nikita Jrushchev, en 1953, la cedió a Kiev (no debe olvidarse que era ucraniano), y Moscú no reclamó cuando Ucrania se independizó, en 1991, con las mismas fronteras que tenía en la URSS. Un cambio de estatus de la península sería posible, legítimo y legal, si Ucrania y Rusia, después de una tregua, negociaran un acuerdo bajo las reglas del derecho internacional, con compensaciones y reparaciones, y no como botín de guerra avalado por Washington.
Inquieta que, así como Trump es simplista y a veces contradictorio para plantear sus objetivos en política exterior (salvo hacer grande a América otra vez), el enviado especial tampoco parece tener una concepción del rol de Estados Unidos como principal potencia mundial y de su responsabilidad para mantener el orden mundial que ha forjado o, quizás, transformar la institucionalidad global en algo nuevo, que responda a la realidad del siglo XXI. Witkoff ha hablado del poder de EE.UU. y de su capacidad de coerción como manera de lograr un cambio de comportamiento. Parece una receta tosca, que replica el clásico estilo matonesco que Trump usa en sus intercambios políticos. No precisamente la fórmula de un gran estratega internacional.