Artículo de opinión: A propósito de los entrenadores que hablaron sobre la actitud de sus equipos, el reconocido consultor German Retana escribe sobre el tema.
Lo que vemos en un jugador de fútbol son sus conductas, es decir, manifestaciones externas. Pero la actitud es mucho más profunda: responde a factores internos que conviene observar y evaluar en cada integrante del equipo.
Propósito personal. Un jugador con propósito tiene un gran objetivo propio y hambre por alcanzarlo. Por eso entrena con rigor, más allá de la obligación. Sabe que cada partido cuenta y que cada jugada lo acerca a su meta. Esa claridad explica su ambición ganadora. Sin propósito, aparece la complacencia: ganar o perder da lo mismo, sobre todo cuando hay abundancia de recursos que adormece la exigencia.
Convicción. El jugador con convicción cree en sí mismo, reconoce sus limitaciones y pide ayuda para superarlas. Aprende de los errores y no se deja arrastrar por derrotas pasajeras. Su pasión lo impulsa a levantarse rápido y a mantener la confianza en alcanzar lo que se propone.
Confianza en el plan táctico. La energía que muestra en la cancha refleja cuánto cree en la estrategia y en las indicaciones de su técnico. Conoce su rol, lo cumple con disciplina y juega para el equipo, sin egoísmo. La confianza en la táctica le da seguridad, perseverancia y fuerza mental desde el inicio.
Relación con el cuerpo técnico. Cuando el jugador percibe que su entrenador lo forma para ganar, apoya y valora sus consejos. Esa relación, exigente pero constructiva, genera alegría al jugar, disposición para escuchar y apertura para ajustar movimientos. Se da un pacto de respeto mutuo y empatía para crecer juntos.
Cultura de equipo. El ADN colectivo se nota en cada jugada: nadie da un balón por perdido, la agresividad es inteligente, la disciplina es compartida y el compromiso es total. El equipo visualiza previamente escenarios y adversidades, y sabe cómo responder en bloque. Esa identidad es su sello competitivo.
Liderazgo en el camerino. Allí la fuerza mental y emocional se multiplica. Los nuevos aprenden rápido los valores y conductas históricas del club. Los capitanes, con coraje y credibilidad, marcan el rumbo sin favoritismos. En ese espacio íntimo se respeta el código de equipo, se corrige con firmeza y, al mismo tiempo, se vive mucha alegría.
Salud integral. El jugador es, antes que todo, una persona. Sus responsabilidades familiares, finanzas, emociones, condición física, relaciones sociales y creencias se reflejan en la cancha. Incluso las redes sociales y la reacción de la afición influyen en su estado anímico. Trabajar de forma integral estos aspectos fortalece su desempeño.
En conclusión, juzgar la actitud de un jugador no debe ser algo superficial. Se trata de comprender qué factores influyen en ella y en cuáles se requieren ajustes inmediatos. Cuando tanto el futbolista como la organización abordan estos aspectos con profesionalismo, los "problemas de falta de ganas" disminuyen, y lo que crece es el enfoque en la vitoria, el alto desempeño y disfrutar… con auténtica actitud.
El Dr. German Retana es consultor de empresas