EE.UU. se acerca a A. Latina
Un giro, desde la prescindencia al interés por América Latina, transmite el gobierno del Presidente Donald Trump. Las mayores motivaciones apuntan a contener la creciente influencia de China en la región, y a apoyar las prioridades de combatir la migración ilegal y el narcotráfico.
Pero cualesquiera sean las razones, la atención de Trump en América Latina sorprende. Se trata de un continente desnuclearizado, sin conflictos armados -salvo la guerrilla colombiana-, que no causa déficit comercial a Estados Unidos, y representa apenas un 7,3% del producto global y un 8% de la población mundial. Solo México, su vecino, y Brasil, la única potencia, parecerían relevantes para Washington. Gravitante en este nuevo interés ha sido el secretario de Estado, Marco Rubio, el primer latino en ese cargo y cuya primera gira al exterior fue a la región, algo sin precedentes.
En el caso de la política frente a la autocracia de Nicolás Maduro -apoyado por China, Cuba, Rusia e Irán-, coinciden consideraciones geoestratégicas de la esfera de influencia de EE.UU. en el continente, y la fuente de presión migratoria ilegal, narcotráfico y crimen organizado que ese régimen representa.
En este contexto, el escalamiento de medidas decretadas por Trump en contra de los gobiernos venezolano y colombiano durante el último mes es impactante. Respecto de Venezuela, y con propósitos desestabilizadores, duplicó a 50 millones de dólares el pago por informaciones conducentes a la captura de Maduro; autorizó a la CIA para realizar operaciones encubiertas en su contra, y ha desplegado una formidable fuerza de tarea constituida por una poderosa flota marítima y aérea, misiles Tomahawk y varios miles de militares capacitados para desembarcar y realizar operaciones especiales en territorio venezolano.
Los expertos descartan que la fuerza de tarea concluya en una invasión. Trump es contrario a ordenar operaciones terrestres militares masivas, y para controlar territorio venezolano requeriría de fuerzas varias veces superiores a las disponibles en la zona del Caribe. En cambio, un desenlace posible son operaciones comando, con objetivos limitados y precisos, incluyendo la captura de Maduro y de sus principales colaboradores. Cualquiera sea la modalidad de la intervención, todas son de alto riesgo de fracaso.
Por ahora, los amenazantes planes han sido incapaces de provocar la caída del dictador, sea negociada o por desafección de los mandos superiores de sus fuerzas armadas. Lo concreto han sido ocho bombardeos a embarcaciones menores, supuestamente transportadoras de drogas, causando la muerte de la mayoría de sus tripulantes.
La buena noticia sobre Venezuela ha sido el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, por su heroica lucha en favor de la democracia. Ella podría constituir un factor unificador de la fragmentada oposición.
En cuanto a las relaciones de EE.UU. con Colombia, las medidas sancionan y debilitan al Presidente Petro, sin buscar un cambio de régimen. Petro está en los finales de su gobierno. En este cometido sobresalen el retiro de la certificación de país aliado en la lucha contra las drogas; la suspensión de la asistencia militar, que en lo corrido de este siglo se estima en alrededor de diez mil millones de dólares -solo el año pasado superó los US$ 350 millones-, y la destrucción de una nave colombiana supuestamente empleada para el narcotráfico.
En cambio, pacífico, por afinidades ideológicas y valores compartidos -y sin contravenir el derecho internacional, como es el caso de las intervenciones en Colombia y Venezuela-, es el excepcional apoyo financiero que Trump está prestando a Argentina, la creciente cooperación con Paraguay y Ecuador, y el beneplácito por la elección de Rodrigo Paz, en Bolivia. Este estrechamiento de lazos se ha visto facilitado por el cambio de la tendencia, desde la izquierda a la derecha, en varios gobiernos de la región, y por las buenas relaciones personales de Trump con Javier Milei, Santiago Peña y Daniel Noboa, opuesto a lo experimentado con Cristina Fernández, Rafael Correa y Evo Morales, coincidentes con la primera administración Trump, que prácticamente ignoró a la región, salvo México y Venezuela, con la fallida iniciativa de reconocimiento de Presidente encargado a Juan Guaidó.
Destacable fue la declaración del lunes pasado en apoyo a Rodrigo Paz tras las elecciones en Bolivia, liderada por EE.UU. y suscrita, entre otros, por Argentina, Ecuador, Costa Rica, Panamá, Paraguay y República Dominicana, sin la participación de Chile.
Chile, por debajo del radar de WashingtonChile, en distinto grado que Brasil, Colombia y Venezuela, parecería una excepción en las crecientes buenas relaciones de EE.UU. con otros países de Latinoamérica. Evidentes son las discrepancias entre ambos gobiernos en política ambiental y en las relaciones con Israel. Se agregan las ásperas críticas del Presidente Boric a Trump, los repetidos encuentros del mandatario chileno con Xi Jinping -y ninguno con el norteamericano-, las inexistentes relaciones con la Casa Blanca y el rechazo al contacto telefónico solicitado por el secretario de Estado, Marco Rubio, quien no ha incluido a Chile en sus giras.
La inminente llegada del designado embajador de Estados Unidos, Brandon Judd, a Santiago, podría mejorar el nivel de las relaciones, abriendo una conveniente vía de acceso a la Casa Blanca. Judd es cercano a Trump; comparte su preocupación por la migración ilegal y por la presencia china en la región. También ha manifestado aprecio por Chile, luego de su estadía y experiencia en territorio nacional en los años 90.
En su anterior administración, Trump no dispuso de embajador en nuestro país y la actual misión diplomática en la capital proviene de la Presidencia de Joe Biden.