Un nuevo liderazgo para un nuevo país
La elección realizada ayer por La Libertad Avanza representa algo más que una alternancia en la conducción política de la Argentina: es la cristalización de un malestar acumulado, de la convicción popular de que lo de siempre ya no funciona y de la esperanza de que lo nuevo puede ser distinto
La elección realizada ayer por La Libertad Avanza representa algo más que una alternancia en la conducción política de la Argentina: es la cristalización de un malestar acumulado, de la convicción popular de que lo de siempre ya no funciona y de la esperanza de que lo nuevo puede ser distinto. Pero lo que lo llevó al poder -la promesa de romper con el pasado, de recortar el Estado, de sacudir las estructuras- no garantiza que sea lo que el país necesita para sostenerse en el tiempo. Y ahí aparece el desafío de fondo: construir consensos en un país fragmentado, liderar sin dividir, cambiar sin destruir lo que mantiene en pie lo común .
Tras su triunfo, el presidente Javier Milei mostró un discurso prudente, más inclusivo que el tono de campaña. Esa transición es clave: el líder rebelde que agita contra "la casta" puede ganar elecciones, pero quien pretende gobernar debe modificar su registro. Al reconocer la magnitud de la grieta y la necesidad de convocar a distintos sectores -trabajadores, empresarios, provincias, sindicatos, comunidades- está admitiendo que su mandato exige algo distinto al estilo de outsider que lo catapultó. Esa lectura de la sociedad es, quizá, lo que lo distingue de otros liderazgos del pasado.
En nuestra historia reciente hay un ejemplo que ilumina este momento. En 1983, Raúl Alfonsín también encarnó una refundación: tras años de dictadura, tuvo que reconstruir la confianza en la democracia, reinstalar el valor del diálogo y del Estado de derecho. Su liderazgo no se basó en la furia sino en la palabra; no en la ruptura, sino en la construcción de un nuevo contrato moral. Hoy el desafío es diferente, pero la enseñanza permanece: los liderazgos que perduran son los que logran traducir el deseo de cambio en una arquitectura de acuerdos.
En la Argentina de hoy no bastan las recetas clásicas. Las reformas laboral, impositiva y previsional son urgentes, pero también requieren un liderazgo que sea catalizador de transformación y articulador de lo común, que convoque y no solo imponga. La oportunidad histórica está ahí: una ventana donde la sociedad acepta el shock si percibe un proyecto coherente, con reglas claras, justicia social mínima y caminos para todos.
La trampa es creer que el liderazgo fuerte y disruptivo basta. La clave estará en la sostenibilidad del cambio, en la capacidad de negociar, construir alianzas y escuchar. En un contexto donde la desconfianza política es estructural, el consenso no es adorno, sino precondición de cualquier reforma que perdure.
Aquí reside el gran reto: pasar del "vamos a romper todo" al "vamos a construir algo distinto juntos" . Si Milei apuesta todo al estilo confrontativo, corre el riesgo de replicar el patrón que desgastó al kirchnerismo: polarizar, aislar, gobernar solo. Si, en cambio, entiende que para transformar la estructura necesita una mayoría activa -y no solo electoral-, estará dando el primer paso hacia ese nuevo liderazgo que el país reclama.
El nuevo país no se hace solo a martillazos de nociones abstractas, sino combinando audacia con legitimidad compartida, reformas inteligentes con cobertura social digna, disciplina fiscal con confianza ciudadana. Como en 1983, otra generación tiene la posibilidad de redefinir el rumbo. Pero esta vez el dilema no es entre democracia o autoritarismo, sino entre liderazgo inteligente o caos repetido.
PhD, profesor de la UTDT