Una gran derrota para la izquierda
El favoritismo con que José Antonio Kast enfrenta la segunda vuelta es una medida del fracaso de la gestión Boric y de su proyecto.
La división de fuerzas y la falta de coordinación impidieron a la derecha aprovechar plenamente sus altos caudales de votos en la elección parlamentaria.
Una derrota mucho peor de lo que se proyectaba es la que sufrió el oficialismo en la jornada de ayer. La candidata Jeannette Jara no solo se situó por debajo del anhelado 30% de los votos -la meta a la que aspiraban sus partidarios para enfrentar con alguna posibilidad el balotaje de diciembre-, sino que vio completamente frustrada la esperanza de haberle sacado una ventaja significativa al candidato opositor que pasara a segunda vuelta. Así, lejos de haber sido el fenómeno electoral al que los suyos apostaban, y pese a todos sus esfuerzos por desmarcarse del Gobierno y hasta de su propia condición de militante comunista, Jara tuvo un desempeño apenas discreto, sin alcanzar siquiera la votación de las dos listas parlamentarias de su sector, que sumaron un 37%.
Por cierto, la responsabilidad no recae solo en la candidata. A la luz de las cifras, resulta claro que el electorado decidió propinarle un fuerte castigo a la gestión del Presidente Boric. De nuevo, los números son reveladores: las tres cartas de la derecha y centroderecha sumaron más del 50% de los votos, en tanto que las candidaturas que de un modo u otro se definían como opositoras llegaron al 70%. Para un mandatario que alcanzó el poder presentándose como la némesis de José Antonio Kast y que durante estos cuatro años -y aún más en estos meses de campaña- se dedicó a caricaturizar a Kast y a advertir sobre los supuestos peligros que su opción representaría, el solo hecho de que hoy el republicano aparezca como gran favorito constituye una medida del fracaso de su proyecto. Y es que, sin desconocer la astucia de Jara y sus equipos -ya dio una muestra en su discurso de anoche, en que procuró hacerle un guiño a cada postulante derrotado cuyos votos pudieran servirle-, las posibilidades de la abanderada comunista parecen mínimas, en parte fundamental, precisamente por la pesada mochila que representa haber sido parte de un gobierno reprobado por la mayoría de los chilenos.
La votación de Kast, luego de una primera vuelta que funcionó como suerte de dura primaria de su sector, es el resultado de una campaña que, disciplinadamente, no se movió de sus ejes centrales. Junto con identificar al oficialismo como su gran adversario, mantuvo siempre el foco en la propuesta de un gobierno de emergencia, focalizado en abordar las grandes urgencias del país -seguridad, reactivación económica y gestión en áreas sociales-, sin distraerse en aquellos asuntos que le habían alienado apoyos en la segunda vuelta de 2021. Con todo, sus posibilidades de lograr un triunfo que hoy parece al alcance de la mano pasan tanto por perseverar en esa línea como por integrar con generosidad y apertura los equipos y propuestas de Evelyn Matthei y Johannes Kaiser. Ayer, la abanderada de Chile Vamos y el candidato nacional libertario dieron una muestra de madurez y responsabilidad política, al reconocer el triunfo de Kast, concurrir personalmente a saludarlo y entregarle un apoyo sin condiciones, despejando las tensiones que habían marcado las últimas semanas. Hacia adelante, eso debiera traducirse en un trabajo unitario y coordinado con miras no solo al balotaje, sino a lo que debiera ser un futuro gobierno. Entender la naturaleza del apoyo recibido, expresión de un electorado molesto con el actual estado de cosas pero también exigente y severo con quien defraude sus expectativas, constituye un imperativo. El escenario no admite espacio alguno para el sectarismo.
De los peligros de esto último, el resultado de la elección parlamentaria entregó ayer una nueva lección a la derecha. Aquí, la división de fuerzas le impidió aprovechar plenamente sus altos caudales de votación. El absurdo doblaje concedido al oficialismo en Atacama, y el modo en que los pactos de oposición literalmente se farrearon la posibilidad de victorias más contundentes en el Maule o La Araucanía fueron muestra palmaria: el costo, en definitiva, de una negociación frustrada por anhelos hegemónicos, aún más inentendibles a la luz de la pasada elección de gobernadores, cuando precisamente la división llevó a las fuerzas opositoras a perder regiones donde constituían amplia mayoría.
Esa misma torpeza funcionó ayer como un inesperado bálsamo para el oficialismo, que gracias a las desinteligencias de la derecha evitó en parte lo que de otro modo hubiera sido toda una serie de derrotas parlamentarias emblemáticas. En cuanto a las correlaciones de fuerzas, las votaciones en esa coalición arrojan un balance que sigue siendo complejo para el PS y la Democracia Cristiana, cada uno superado en votación y diputados por el Frente Amplio -pese al retroceso de este-, y en el caso del PPD y el falangismo, también con menos sufragios que el PC. La derrota, en Concepción, del diputado Eric Aedo, quien fuera el primer democratacristiano en cuadrarse con Jara, resulta aleccionadora del precio de renunciar a la identidad doctrinaria en aras de un (mal) cálculo electoral. Con todo, las reelecciones de Yasna Provoste, Francisco Huenchumilla y Ximena Órdenes, así como el resultado de Paulina Vodanovic, hicieron menos amarga la jornada para lo que alguna vez fuera la poderosa centroizquierda chilena. La interrogante es si todo esto generará la reflexión que ese sector viene postergando desde hace años respecto de su identidad y proyecto. Haber renunciado a estos para transformarse en una suerte de socios minoritarios de la izquierda más dura tal vez les ha permitido sobrevivir pero los aleja cada vez más del protagonismo político que alguna vez tuvieron.
Inquietante es finalmente la gran sorpresa de la elección, el casi 20% conseguido por Franco Parisi, que no anticipó ninguna encuesta -las que han vuelto a quedar en entredicho luego de los números de ayer- y que lo situó en el tercer lugar. Ello, al tiempo que su proyecto, el Partido de la Gente (PdG), se transformó en la segunda colectividad más votada, solo superada por el Partido Republicano. ¿Cómo se entiende este resultado, tratándose de un candidato con una controvertida trayectoria, que ni siquiera vive en Chile y que cada cuatro años vuelve a hacer campaña? La explicación más fácil es, claro, apuntar al populismo de su discurso, abundante en promesas como más retiros previsionales o la eliminación del IVA a los remedios. Pero el alto apoyo a un postulante que se presentó como el gran impugnador del mundo político habla también de una insatisfacción ciudadana que parece no encontrar cauce en las alternativas más institucionales. Si jugará un papel incidente en los próximos años o terminará diluido como ocurrió antes con otros fenómenos disruptivos -desde Francisco Javier Errázuriz en 1999 o ME-O en 2009-, es otra pregunta que la votación de ayer ha dejado instalada.